SANTIAGO
(Balada ingenua)
I
Esta noche ha
pasado Santiago
su camino de luz
en el cielo.
Lo comentan los
niños jugando
con el agua de
un cauce sereno.
¿Dónde va el
peregrino celeste
por el claro
infinito sendero?
Va a la aurora
que brilla en el fondo
en caballo
blanco como el hielo.
¡Niños chicos,
cantad en el prado,
horadando con
risas al viento!
Dice un hombre
que ha visto a Santiago
en tropel con
doscientos guerreros;
iban todos
cubiertos de luces,
con guirnaldas
de verdes luceros,
y el caballo que
monta Santiago
era un astro de
brillos intensos.
Dice el hombre
que cuenta la historia
que en la noche
dormida se oyeron
tremolar
plateado de alas
que en sus ondas
llevóse el silencio.
¿Qué sería que
el río paróse?
Eran ángeles los
caballeros.
¡Niños chicos,
cantad en el prado,
horadando con
risas al viento!
Es la noche de
luna menguante.
¡Escuchad! ¿Qué
se siente en el cielo,
que los grillos
refuerzan sus cuerdas
y dan voces los
perros vegueros?
-Madre abuela,
¿cuál es el camino,
madre abuela,
que yo no lo veo?
-Mira bien y
verás una cinta
de polvillo
harinoso y espeso,
un borrón que
parece de plata
o de nácar. ¿Lo
ves?
-Ya lo veo.
-Madre abuela.
¿Dónde está Santiago?
-Por allí marcha
con su cortejo,
la cabeza llena
de plumajes
y de perlas muy
finas el cuerpo,
con la luna
rendida a sus plantas,
con el sol
escondido en el pecho.
Esta noche en la
vega se escuchan
los relatos
brumosos del cuento.
¡Niños chicos,
cantad en el prado,
horadando con
risas al viento!
II
Una vieja que
vive muy pobre
en la parte más
alta del pueblo,
que posee una
rueca inservible,
una virgen y dos
gatos negros,
mientras hace la
ruda calceta
con sus secos y
temblones dedos,
rodeada de
buenas comadres
y de sucios
chiquillos traviesos,
en la paz de la
noche tranquila,
con las sierras
perdidas en negro,
va contando con
ritmos tardíos
la visión que
ella tuvo en sus tiempos.
Ella vio en una
noche lejana
como esta, sin
ruidos ni vientos,
el apóstol
Santiago en persona,
peregrino en la
tierra del cielo.
-Y comadre,
¿cómo iba vestido?
-le preguntan
dos voces a un tiempo.
-Con bordón de
esmeraldas y perlas
y una túnica de
terciopelo.
Cuando hubo
pasado la puerta,
mis palomas sus
alas tendieron,
y mi perro, que
estaba dormido,
fue tras él sus
pisadas lamiendo.
Era dulce el
Apóstol divino,
más aún que la
luna de enero.
A su paso dejó
por la senda
un olor de
azucena y de incienso.
-Y comadre, ¿no
le dijo nada?
-le preguntan
dos voces a un tiempo.
-Al pasar me
miró sonriente
y una estrella
dejóme aquí dentro.
-¿Dónde tienes
guardada esa estrella?
-le pregunta un
chiquillo travieso.
-¿Se ha apagado,
-dijéronle otros-
como cosa de un
encantamiento?
-No, hijos míos,
la estrella relumbra,
que en el alma
clavada la llevo.
-¿Cómo son las
estrellas aquí?
-Hijo mío, igual
que en el cielo.
-Siga, siga la
vieja comadre.
¿Dónde iba el
glorioso viajero?
-Se perdió por
aquellas montañas
con mis blancas
palomas y el perro.
Pero llena dejóme
la casa
de rosales y de
jazmineros,
y las uvas
verdes de la parra
maduraron, y mi
troje lleno
encontré la
siguiente mañana.
Todo obra del
Apóstol bueno.
-¡Grande suerte
que tuvo, comadre!
-sermonean dos
voces a un tiempo.
Los chiquillos
están ya dormidos
y los campos en
hondo silencio.
¡Niños chicos,
pensad en Santiago
por los turbios
caminos del sueño!
¡Noche clara,
finales de julio!
¡Ha pasado
Santiago en el cielo!
La tristeza que
tiene mi alma,
por el blanco
camino la dejo,
para ver si la
encuentran los niños
y en el agua la
vayan hundiendo,
para ver si en
la noche estrellada
a muy lejos la
llevan los vientos.
Federico García Lorca
(Libro de Poemas)