Viernes, 18 de julio de 1980
Hoy ya no es fiesta en España. La guerra
en mi país, afortunadamente, ya pertenece a la historia; y no hay indicios de
que vuelva a ser noticia. Si acaso los continuos atentados de ETA hacen prever
esa posibilidad, pero espero que sea inviable. Es preferible marchar por el
camino del diálogo que por el camino de las armas. Por eso compadezco a
Nicaragua; pero por otra parte estoy teniendo la fortuna, si fortuna puede llamarse,
de vivir en una situación similar a la España de la posguerra; y de esa forma comprender
un poco más la reciente historia de España y la mentalidad de dos generaciones
que me preceden.
Pero aún existe en mi país otra guerra,
que aunque incruenta es trágica, y afecta a una buena parte de la sociedad; me
afectó a mí antes del uno de marzo, y me afectará, por desgracia, a partir de
septiembre. Es la guerra social del paro. Así esta mañana, en casa de los
coordinadores, hojeando un Faro de Vigo de mediados de junio, me enteré que la
población activa de España estaba cifrada en mayo en la cantidad de trece
millones ciento cincuenta y cinco mil ciento setenta personas; de las cuales
estaban en paro un millón doscientas cuarenta y una mil novecientas veintinueve
personas, cifra que representa el nueve coma cuatro por ciento del total.
Compramos después potitos y desayunamos.
Nos encontramos después con Lolita, de la comisión de San Ramón, que nos llevó
a la librería Fátima donde Paco compró rotuladores, mientras yo fui a la tienda
de la familia Largaespada, la que nos acogió en el ya lejano marzo, a comprar
banderas, y en una tienda al lado de la librería compré galletas.
Nos fuimos después con Lolita a San
Ramón.
Dada mi especialidad profesional,
diplomado en Ciencias Humanas, me gusta la historia y la geografía y no pierdo
detalle de cuanto pueda afectar al conocimiento de la tierra en que vivo y que
humildemente me acoge en su seno. Así, en San Ramón, por los mapas expuestos en
la Comisión, me enteré que Santa Celia está situada entre mil sesenta y mil ochenta metros
de altitud sobre el nivel del mar, y a doce grados cincuenta y seis minutos de
latitud norte; Santa Marta baja a situarse entre los mil y los mil veinte
metros de altitud y asciende un minuto de latitud. La longitud de ambas es la misma: ochenta y cinco grados cuarenta y
seis minutos de longitud oeste.
Con Lolita y Brenda nos acercamos a
Yúcul, donde tuvieron una reunión con los brigadistas. Cuando terminó la reunión,
sobre la una de la tarde, comimos en Yúcul y subimos después a Santa Celia,
donde se encontraba Luz Marina, que no había bajado al acto que se celebraba
esta tarde en la escuela de Yúcul.
Estuve después dialogando con don Daniel,
el mandador, que me proporcionó datos sobre el cultivo del café. Me dice que
para que salga una libra de café oro se necesitan dos libras de pulpa o cuatro
libras cortadas del palo. También me informa que la madera de roble, de la que
está construida el beneficio, no se produce en esta zona, sino que la traen
desde Piedras Blancas, en Matagalpa; y que los beneficios también se construyen
con madera de pochote y de níspero. En cambio, los troncos que sostienen el
canal de conducción de agua son de nogal. La madera de esta zona, sigue
informándome, no es apta para la construcción, porque el clima es húmedo. Este
año el invierno viene trastocado, pero generalmente en esta zona llueve once
meses al año.
El nivel de vida del campesinado es
pésimo; no pueden soñar en ahorrar. Un obrero gana veinticinco pesos diarios,
más que con Somoza, pero debido a como sube la vida, no tiene prácticamente
para nada. Con veinticinco pesos compraría: un litro de aceite (quince pesos);
una libra de arroz (cuatro pesos); una libra de frijoles (cuatro pesos); y con
la libra de maíz (tres pesos y medio) ya se pasa del sueldo, y solo he
mencionado los alimentos básicos. La carestía de la vida, me cuenta, comenzó a
darse desde el terremoto para acá (desde diciembre del setenta y dos, entonces).
El café lo muelen bien en molinillos harineros,
bien en una especie de embudo, machacando a estilo mortero.
Fue una grata tarde ésta en que he
penetrado en el alma popular del campesinado nicaragüense.
Cuando sobre las seis de la tarde
llegaron las muchachas de Yúcul, cené y después estuve jugando con Julia, Luz
Marina y Marta, hasta que sobre las diez menos cuarto de la noche me retiré a
reponer energías con el sueño.
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