Martes,
5 de agosto de 1980
Día sin pena ni gloria. Supervisé a
Danilo y leí mi propia producción poética. Seguimos sin luz.
Miércoles,
6 de agosto de 1980
A diferencia de estos días atrás, hoy ha
amanecido buen día y así ha continuado todo el día. Me ha recordado el calor
veraniego de España. Acompañé a Julia y a Luz Marina a Santa Marta.
A las once y media de la mañana hicimos
un círculo de estudio que se prolongó hasta la una de la tarde y en el cual Marta
y Patricia fueron sancionadas a hacer cien ranitas cada una.
Sobre las doce de este día, la radio
anunció que el huracán Allen que acababa de devastar Cuba y Puerto Rico se dirigía
hacia Nicaragua. Estuvimos todo el día pendiente del huracán. Aquí en Nicaragua
ya conocen los estragos de los huracanes. Sería catastrófico que en una
economía empobrecida como la de este país se hundiera más en los abismos por
los desastres naturales. Nosotros seguíamos con expectación la evolución del
huracán a través de la radio e incluso pensamos donde refugiarnos en caso de
que efectivamente llegase a estas montañas.
Por fortuna, sobre las seis de la tarde,
la radio anunció que el huracán había perdido intensidad, pasando de los
doscientos kilómetros por hora a los treinta y cinco kilómetros por hora, y que
se había desviado hacia el norte, a México y las costas de Florida, por lo que
Nicaragua ya no correría peligro.
Después de cenar, estuve hasta las nueve
y media de la noche observando el panorama nocturno del trópico a través de los
cristales, porque me dolía la espalda y no podía estar acostado. Sobre esa
hora, sin embargo, me acosté, porque evidentemente había que recuperar el
equilibrio fisiológico a través del sueño.
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