Martes,
22 de julio de 1980
Hoy, sobre las nueve de la mañana, fuimos
a La Reina. No
sé de donde le vendrá el nombre, pues Nicaragua, que yo sepa, jamás fue reino
ni posó en ella sus plantas reina alguna. Quizá fuera debido a que tuviera más
preponderancia económica en esa zona, pues posee minas de oro, filones que
aunque se encuentren sin explotar, dicen que llegan hasta el subsuelo del mismo
San Ramón. Como quiera que fuere no fuimos a La Reina como conquistadores de
riquezas materiales sino que fuimos a un intercambio cultural.
Teníamos previsto que la Asamblea de Compromiso (así
se llama el acto que desarrollamos) comenzara a las diez de la mañana, pero tal
acto de emulación lo comenzamos con dos horas de retraso, característica normal
de este país en que hemos visto que le sobra tiempo para la prisa y le falta
tiempo para la calma.
Cuando llegó nuestro turno; tras San
Pablo, que leyó un documento político; comenzamos entonando el himno de ANDEN, “Legión de maestros”, aquel que Paco creara en el camino de El Cantón remedando la
Madelón legionaria española. Paco, sempiterno director de orquesta, marcó el
uno, dos, tres, que marcaría el comienzo, y Elvira, Ana Rosa, Luis, Pepe y yo
juntamente con Paco lanzamos al aire las vibrantes notas de "Vamos al
frente vivos y ligeros...” mientras los concurrentes, silentes y en firme escuchaban
un himno que estará de moda durante algún tiempo.
Santa Celia es conocida por amplias zonas
del municipio de San Ramón, hasta La Pita, El Diamante, Sabalete, Apantillo, o
San José de la Mula, por su capacidad de trabajo y espíritu de sacrificio.
Recité después yo “Una nueva libertad”, poema
de Nicaragua y para Nicaragua, que compuse allá en marzo en los tiempos del
Cuarto Taller. Lo recité de forma sencilla, pausada, de la misma manera que
como lo escribí. Cantamos después una canción legionaria, “Pobrecitos maridos infelices”
en versión original, advirtiendo que al final se oirían algunas palabras
fuertes; tuvimos que repetir el comienzo porque se nos saltaba la risa; pusimos
un poco de voluntad y la cantamos hasta el final.
Representamos más tarde otro número, un sociodrama
que debía de criticar al régimen somocista; Ana Rosa y Elvira hacían de
personajes principales, nosotros los secundarios, Luis y yo representamos el
papel de borrachos, y le pusimos letra nueva a “El vino que tiene Asunción”;
la siguiente: "El guaro que tiene Asunción, ni es oro ni es plata, porque
es de lijón. Asunción, Asunción, échale guaro al porrón".
Después cantamos dos canciones
típicamente españolas, y las cantamos con el sentimiento.
Las calles están mojadas
y parece que llovió;
son lágrimas de una niña
de una mujer que lloró.
y nosotros tres, Pepe, Luis y yo,
continuamos con el acompañamiento:
Triste y sola, sola se queda Fonseca
triste y llorosa queda la Universidad
y los libros;
y los libros empeñados
en el Monte,
en el Monte de Piedad.
No te acuerdas cuando te decía
a la pálida luz de la luna
yo no puedo querer más que a una
y esa una mi vida eres tú.
Triste y sola...
La tuna, gallega o castellana,
compostelana o salmantina, creó dulces canciones. Fonseca es prácticamente la Universidad española, y
los que un día fuimos estudiantes la cantábamos amoldándola a nuestras
respectivas facultades.
Con una guitarra
y un par de palillos
nació el pasodoble
flamenco y cañí
y dice la historia
que fue a su bautizo
el sol y la luna y tó el Albaicín...
Pusimos así punto final a una emulación españolísima
allá en La Reina.
Posteriormente participó Uluse, con
Adrián, responsable comarcal de aquella zona y José Luis Cardó, español de Zamora.
Finalizó el acto con la participación de
Yúcul La Reina, con varios números, entre ellos, la recitación por parte de
Vicky del poema de Rubén, "Caupolicán".
Nos fuimos a comer después a San Ramón,
donde permanecimos hasta las seis de la tarde aproximadamente.
Mientras estábamos en la Comisión llegó
Rafa, que nos llevó hasta Yúcul. Aquí cogimos todos los trastes nuestros y
fuimos a llevar a Elvira a El Cantón. De El Cantón nos dirigimos a Santa Celia,
pero pasada Bavaria no tiraba la camioneta por el mal estado del terreno; ya en
una ocasión un camión del INRA hubo de subir con cadenas; y tuvimos que
desandar el camino. Regresamos a Los Pinares y por el camino de la cuesta de
Yúcul intentamos llegar a Santa Celia. Nos quedaría una media hora para llegar
andando a Santa Celia, cuando en un puente no restaurado en el que se había
formado un amplio charco se quedó la camioneta atascada y no tiraba ni para
adelante ni para atrás. Más de una hora nos tiramos para conseguir que saliera;
y al final hubimos de encharcarnos nosotros también, nos pusimos perdiditos de
lodo, barro y fango; aunque, justo es reconocerlo, la participación más activa
la tuvo Salvador, el nica miembro de la Juventud Sandinista que nos acompañaba.
Cuando salimos del charco, debido a lo
cerca que estábamos de la hacienda ya, estuvimos discutiendo si andar la media
hora que faltaba de camino o regresarnos a Los Pinares. Yo quería irme a la
hacienda, pese a lo intempestivo de la hora y la inclemencia de la noche; Paco
estaba indeciso, y Rafa, siempre velando por nuestra seguridad, quería que
regresáramos a Yúcul en la camioneta. Paco, no tan pragmático como siempre,
esta vez condescendió con Rafa y nos bajamos a Yúcul, donde hicimos nosotros
noche y Rafa se marchó a Matagalpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario