viernes, 2 de diciembre de 2011

MEMORIAS DE FORO. LA FRAGUA DE ANDRÉS (3)



EL ROBO DE LAS GALLINAS


Fue en la fiesta de Pedroso, a finales de agosto, cuando me decidí a robarle las gallinas a la guardia civil, delante de sus propias narices. No necesité colaboradores y pese al gentío nadie reparó en lo que estaba tramando. Cerca de medianoche, cuando la guardia y su familia estaban en la plaza disfrutando del baile, y los dos únicos cuarteleros estaban tranquilamente conversando ante la puerta principal, salté por la tapia trasera al corral. No tenía la guardia muchas gallinas, siete, y un gallo que dejé libre. A las gallinas, no obstante, les di mejor vida a todas. Una a una les fui retorciendo el pescuezo con habilidad y metiendo en un costal, para vengarme del que se me quedaron cuando años atrás robé el trigo de la calleja Oscura de mi pueblo. Tampoco prepararon gran alboroto, entre otras cosas porque tenía mano rápida y eficaz.
El gallo también pude cogerlo y llevarlo al puchero, pero lo pensé mejor y decidí dejarlo. Quería dejarle a la guardia una prueba de una venganza sofisticada, y que vieran que el robo era más bien por venganza que por hambre. A un cartón que encontré en su propio corral, entre los desperdicios, le até por los extremos, a modo de cuadro, un trozo de cuerda que en la pared tenían, y en el cartón con un lapicero garabateé, haciéndole decir al gallo: "A las doce quedé viudo", colgando el letrero en el pescuezo del gallo, dándome maña para que éste no preparara alboroto mientras se lo colgaba,  asegurándome también de que tampoco lo soltara tan fácilmente del cuello.
Después, al filo de la medianoche, hora de mi actuación, con mi saco costalero y sus siete gallinas dentro, tomé precauciones y salté nuevamente la tapia, esta vez en dirección a la calle.
En la bicicleta, carretera de Espino adelante, regresé al pueblo sin pasar nuevamente por la plaza, donde seguía el baile y la fiesta.
No quise tener más tropiezos con esa gente de tan funestos recuerdos, que no le quitan a uno la vista de encima, aunque vayas de formal y decente. Por eso decidí irme y no por miedo a la misma.
No sé si sospecharían o no de mí, o de algún otro pobre desgraciado como yo. Sólo sé decir que a mí no me molestaron por tal acción, y pude comer carne de gallina durante más de una semana completa. Tampoco sé si divulgarían la noticia del robo de las gallinas, o compraron otras discretamente. Pienso que sí, por cuanto la noticia se llegó a saber, pues no mucho tiempo después, en la fragua de Andrés la noticia llegó a mis oídos, como anécdota, sin definir quién fue el autor de la fechoría. Quedaron, pues, con la intriga de quién se atrevería a robarle a la propia guardia civil. Y les resultaba hilarante la guasa del ladrón, cualquiera que fuese, por la frase puesta en boca del gallo.
Yo nada dije entonces, y sólo hoy confieso, en honor a la verdad, que fui yo quién perpetró el robo, en solitario y sin colaboradores, y confieso asimismo que no lo hice por hambre, sino por venganza. Me cobré en gallinas el costal que me quitaron, y me resarcí un poco de los años de cárcel que pasé por su colaboración.
Cuando les robé no pensé que pudieran descubrirme, pero discretamente observé el estado de la situación, con sólo dos cuarteleros platicando en la puerta y el resto de la plantilla en el baile. Más que por la propia guardia, temía ser descubierto por cualquier paisano del lugar o de otros pueblos vecinos, pues en fiestas y en agosto, medianoche era una hora relativamente temprana. Tuve suerte también en ese aspecto.
Y lo del texto del letrero fue accidental, no premeditado. Me vino sobre la marcha la inspiración, y aunque fue en lo que más me demoré, más aún que en dar cuenta de las gallinas, el tiempo lo di por bien empleado. Era venganza lo que quería y la consideré exquisita. Y sólo hoy, por vez primera, cuento quién fue el autor. Yo mismo.




Gallinas en un corral



Continuará...


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