lunes, 5 de diciembre de 2011

MEMORIAS DE FORO. LA FRAGUA DE ANDRÉS (y 4)



EL MAJUELO DE DIÓGENES

Cuando escampó, Diógenes cogió la burra y fue a dar una vuelta para ver los majuelos de Ronda. Conforme andaba por el camino de Villaescusa se iba dando cuenta de la gravedad de la tormenta. Del monte para allá era un desastre. El agua cubría los surcos en las tierras llanas de las Madrigonas. La laguna de Ronda estaba desbordada y corría por el camino abajo. La burra iba dejando profundas huellas en el camino, formando cráteres de baches donde el agua se iba depositando. Pasado el majuelo del tío Juan Pedro, que Diógenes vio completamente destruido, divisó sus propias cepas arrancadas de cuajo y que el agua había arrastrado y sedimentado cerca del regato. Toda una espléndida cosecha de vino se había venido abajo.
Diógenes, todo aplomo, bajó de la burra y se acercó hasta el montón de cepas retenidas junto al arroyo. Otras muchas iban esparcidas aguas abajo. Hundió sus manos en el fango tinto por la piel de la uva y su rostro se llenó de ira. Se levantó y mirando al firmamento vio el azul del cielo que iba clareando. Diógenes alzó sus brazos bien abiertos apretando los puños, lanzó una imprecación y desafió a alguien allá en las alturas:
-Anda, baja si tienes cojones.

***

EL ARRIERO DE LA VELLÉS

Jesús, como cada año, llegó a la fragua de Andrés cuando los fríos arreciaban y la paja escaseaba. Jesús era de La Vellés, arriero de profesión y vendía su propia mercancía, la paja que recolectaba en el verano. Jesús trajo el carro de varas tirado de una mula que valía un capital, lista como ella sola, lleno de sacos de paja. Los hielos arreciaban, y Jesús se reconfortó en las llamas de la fragua. Luego ofreció a los contertulios de la fragua paja para el invierno. Nadie, en un primer momento, le compró nada. Andrés tuvo una revelación y una genial idea. Decidió comprar paja.
-Mira, Jesús, yo te compro paja pero a prueba. Si me la comen los machos te compro toda la del carro; si no, no la quiero.
-Vale, de acuerdo.
Jesús descargó un saco en la propia fragua, que fue donde le pidió Andrés que lo dejara, mientras éste tenía sujeto por la mano su macho de herrero.
Cuando Jesús hubo descargado el saco, Andrés comenzó a dar golpes con el macho en la paja, como si de un yunque se tratara. Cuando le pareció cambió de macho y, lógicamente, ninguno de los dos comió la paja. Los asistentes reían la burla que Andrés hacía al arriero.
-Lo siento, pero no puedo comprarte nada. Los machos no me la comen.
-Porque no sabes dársela. Déjame a mí -reclama Jesús.
Probó Jesús unos golpes con ambos machos, y luego con aire resuelto y con los machos en su mano, preguntó: "¿Sabes por qué no te comen la paja?", y sin esperar respuesta continuó hablando mientras se dirigía con los machos hacia el pozo de la fragua: "Porque los tienes muertos de sed". Y los tiró al pozo.
-Ahora sí que me has jodido -se lamentaba Andrés, mientras los contertulios reanudaban la risa y se chanceaban del herrero, en tanto Jesús desparramaba aún más con los pies, por el suelo de la fragua, su inservible saco de paja.

***

La vida continúa mientras la fragua de Andrés sigue siendo el centro neurálgico de las comidillas del pueblo.
Andrés hubo de mondar el pozo para rescatar los machos, y también tuvo que barrer el suelo de la fragua para que las chispas no provocaran incendios con la paja de Jesús, el arriero de La Vellés.
Lesmes y Boleras, al igual que ustedes, se enteraron por fin de quién robó las gallinas de la guardia de Pedroso, explicándose al cabo el porqué de mis años de cárcel y de otras muchas historias de mi vida que aquí no cuento.
El gallo viudo, oí contar, volvió a casarse y a pavonearse con el harén de gallinas nuevas que, muy a su pesar, la guardia civil le llevó, antes de llevarle a él mismo, tiempo después, a la cazuela.
Diógenes encontró su chaqueta el siguiente domingo, camino de Cantalpino, toda empapada y cubierta de lodo en una cuneta de la carretera de Espino.
Pero cuando en la fragua de Andrés se recordaba el año de las lluvias, nadie olvidaba que lo que Diógenes jamás perdonó fue la falta de redaños para enfrentarse a él de aquel, quienquiera que fuese, que le privó de la cosecha de vino perdida en los majuelos de Ronda.




Trabajando el hierro. 2008

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