EL MAJUELO DE DIÓGENES
Cuando
escampó, Diógenes cogió la burra y fue a dar una vuelta para ver los majuelos
de Ronda. Conforme andaba por el camino de Villaescusa se iba dando cuenta de
la gravedad de la tormenta. Del monte para allá era un desastre. El agua cubría
los surcos en las tierras llanas de las Madrigonas. La laguna de Ronda estaba
desbordada y corría por el camino abajo. La burra iba dejando profundas huellas
en el camino, formando cráteres de baches donde el agua se iba depositando.
Pasado el majuelo del tío Juan Pedro, que Diógenes vio completamente destruido,
divisó sus propias cepas arrancadas de cuajo y que el agua había arrastrado y
sedimentado cerca del regato. Toda una espléndida cosecha de vino se había
venido abajo.
Diógenes,
todo aplomo, bajó de la burra y se acercó hasta el montón de cepas retenidas
junto al arroyo. Otras muchas iban esparcidas aguas abajo. Hundió sus manos en
el fango tinto por la piel de la uva y su rostro se llenó de ira. Se levantó y
mirando al firmamento vio el azul del cielo que iba clareando. Diógenes alzó
sus brazos bien abiertos apretando los puños, lanzó una imprecación y desafió a
alguien allá en las alturas:
-Anda,
baja si tienes cojones.
***
EL ARRIERO DE LA VELLÉS
Jesús,
como cada año, llegó a la fragua de Andrés cuando los fríos arreciaban y la
paja escaseaba. Jesús era de La
Vellés , arriero de profesión y vendía su propia mercancía, la
paja que recolectaba en el verano. Jesús trajo el carro de varas tirado de una
mula que valía un capital, lista como ella sola, lleno de sacos de paja. Los
hielos arreciaban, y Jesús se reconfortó en las llamas de la fragua. Luego
ofreció a los contertulios de la fragua paja para el invierno. Nadie, en un
primer momento, le compró nada. Andrés tuvo una revelación y una genial idea.
Decidió comprar paja.
-Mira,
Jesús, yo te compro paja pero a prueba. Si me la comen los machos te compro
toda la del carro; si no, no la quiero.
-Vale,
de acuerdo.
Jesús
descargó un saco en la propia fragua, que fue donde le pidió Andrés que lo
dejara, mientras éste tenía sujeto por la mano su macho de herrero.
Cuando
Jesús hubo descargado el saco, Andrés comenzó a dar golpes con el macho en la
paja, como si de un yunque se tratara. Cuando le pareció cambió de macho y,
lógicamente, ninguno de los dos comió la paja. Los asistentes reían la burla
que Andrés hacía al arriero.
-Lo
siento, pero no puedo comprarte nada. Los machos no me la comen.
-Porque
no sabes dársela. Déjame a mí -reclama Jesús.
Probó
Jesús unos golpes con ambos machos, y luego con aire resuelto y con los machos
en su mano, preguntó: "¿Sabes por qué no te comen la paja?", y sin
esperar respuesta continuó hablando mientras se dirigía con los machos hacia el
pozo de la fragua: "Porque los tienes muertos de sed". Y los tiró al
pozo.
-Ahora
sí que me has jodido -se lamentaba Andrés, mientras los contertulios reanudaban
la risa y se chanceaban del herrero, en tanto Jesús desparramaba aún más con
los pies, por el suelo de la fragua, su inservible saco de paja.
***
La
vida continúa mientras la fragua de Andrés sigue siendo el centro neurálgico de
las comidillas del pueblo.
Andrés
hubo de mondar el pozo para rescatar los machos, y también tuvo que barrer el
suelo de la fragua para que las chispas no provocaran incendios con la paja de
Jesús, el arriero de La
Vellés.
Lesmes
y Boleras, al igual que ustedes, se enteraron por fin de quién robó las
gallinas de la guardia de Pedroso, explicándose al cabo el porqué de mis años
de cárcel y de otras muchas historias de mi vida que aquí no cuento.
El
gallo viudo, oí contar, volvió a casarse y a pavonearse con el harén de
gallinas nuevas que, muy a su pesar, la guardia civil le llevó, antes de
llevarle a él mismo, tiempo después, a la cazuela.
Diógenes
encontró su chaqueta el siguiente domingo, camino de Cantalpino, toda empapada
y cubierta de lodo en una cuneta de la carretera de Espino.
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