viernes, 19 de abril de 2013

EJERCICIOS DE REDACCIÓN: TARDE DE INVIERNO





TARDE DE INVIERNO


Hace frío. Cae la nieve. Hiela. Es invierno.
Los hermosos campos de la llanura, no digamos ya los de la montaña, están vestidos de blanco. La blancura, símbolo de pureza que tanto y tan bien engalana a la novia cuando se acerca al altar, ha recubierto los páramos de la interminable meseta.
Aquí, cerca de mí, se halla una bandada de pájaros que, enloquecidos, vuelan en lontananza hasta perderse en la lejanía, y regresan con una misma y asombrosa velocidad, y es porque el campo, recubierto de esa blancura celestial, que dejaría en un éxtasis arrobador a más de dos y tres poetas, les ha negado el alimento, digamos, cotidiano.
¡También los pajarillos tienen derecho a vivir!
Allá en la lejanía, se ven unos revoltosos chiquillos formando muñecos de nieve, como medio infantil de diversión, pero ésta resulta a veces educativa, ya que alguno de esos pilluelos puede soñar con ser mañana escultor. Otros, más revoltosos aún, forman partidos, como si de políticos se tratase, para lanzarse bolas de la tersa blancura de nieve. Entre estos no falta quien, por haber tenido a la diosa Fortuna en su contra, haya de ir a su hogar con un ojo hinchado.
¡También los pequeñuelos tienen derecho a disfrutar de la vida!
En la altura interminable de este infinito Cosmos, se divisa un cielo blanco; sí, blanco; pero no como la tersa blancura de la nieve, ni como el blanco vestido que engalana a la novia; sino que en él se observa el blanco... ¿qué blanco? El cielo estaba blanco, pero... ¡es tan difícil precisar qué clase de blanco es!
No obstante, contrastando con ese torbellino blanco que, quizás, si dicho torbellino tiene lengua para hablar y alma para sentir, se le pusiera "pesado" a algún romántico poeta hasta hacer que, poéticamente, le describiese; se pueden observar nubecillas, nubarrones para los mal pensados, azules. Sí, un azul de terciopelo de tul o de zafiro hacen su morada, juntamente con el blanco... ¿qué blanco?; en el firmamento lejano.
De una nubecilla de zafiro vi y no sueño, que un rayo, tras haber dejado en la tierra el ronco estampido de su trueno, se venía mansamente a mis pies. Cualquier persona pesimista, si hubiera visto el suceso, que más bien parecía de un proceso astral de la tierra que de un fenómeno atmosférico, hubiera perecido en el acto. Yo, confieso que al principio sentí terror viendo como el rayo se dirigía hacia mí. Después, no sé cómo ni por qué, me fui volviendo romántico, por un momento me sentí poeta y sonreí. Le improvisé este soneto:

El pájaro se halla enloquecido
porque no encuentra un grano que comer.
A tirar unas bolas y correr
el niño se ha marchado distraído.
El páramo ayer triste, gris, sombrío,
se viste hoy de novia virginal,
como fuente, acequia o manantial
que puro hacen que nazca el ancho río.
Del blanco y azul cielo cayó un rayo
que dirigiéndose hacia mí me dijo
algo que aquí callo por honradez.
Le di mis impresiones al buen rayo
me dio sabios consejos como a hijo
y cuando iba a hablarle se me fue.

Momentos después me di cuenta de que el paisaje era distinto. Las impresiones que al misterioso rayo le di se volvieron realidad, y por un momento comprendí que no todo el mundo está a gusto de todos. Los pájaros en esta ocasión se distraían y los chicuelos enloquecían. Cerré los ojos y no quise saber nada más. El día siguiente fue el más triste de mi vida. La nieve había vuelto a caer sobre la estepa, dándole la blancura del día anterior. Hube de resignarme y recordé una estrofa del poeta:

Bendito seas, Señor.
por tu infinita bondad
porque pones con amor
sobre espinas de dolor
rosas de conformidad...

¡Conformidad! ¿La tenía yo por ventura?

La Orbada, 1971

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