Domingo,
6 de abril de 1980
"Desolación y pobreza
es lo que a vos te rodea"
(De la canción: "María Rural")
Managua. ¡Qué contraste de sentimientos,
de pareceres, de ilusiones y de realidades me recuerda este nombre! ¿Podría a
la vista de esta capital, generalizar las capitales de Iberoamérica? No, por
cierto. Descubrí la plenitud de Managua bajando por la carretera del Ruta
trece, de Ciudad Sandino, Asososca y Jiloá. Managua inmensa. Y en la
nocturnidad, -ya las luces iluminaban este gigantesco orbe-, daba la impresión
de ser infinita. Y quizá lo fuera. Pero, penetrando en el ambiente, la
magnanimidad física del territorio quedaba reducida a una paupérrima miseria
casi, casi, general. Ciudad que absorbió para sí la dualidad rival por la
capitalidad de las dos ciudades más importantes de Nicaragua, tanto por
población como por raigambre histórica -León y Granada-, Managua lleva en sí la
maldición geológica de los movimientos sísmicos. El último más grave, que no ha
sido ciertamente el último, el de diciembre del 72, ha dejado las huellas
patentes en esta, yo diría triste, capital iberoamericana. Tras quince mil
muertos, el derrumbamiento del corazón de Managua, y el reloj de la catedral
marcando exacta y perennemente la hora de la catástrofe, el seísmo barrió la
alegría y sembró la miseria en la capital. Que se lo digan, si no, a los
habitantes de Acahualinca, a los barrios cercanos al Puente del Paraisito; paraíso en miniatura, ironía del nombre; (Colonia 14 de Septiembre, Barrio
Riguero...), o incluso en zona completamente opuesta, a los habitantes de la
zona de Altagracia. ¡Oh, Managua!, tan inmensa y tan triste. Y sin embargo, no
todo es miseria en ti. Bien es cierto que la vegetación selvática se ha
adueñado de tu centro, respetando el asfalto de las calles e invadiendo las
cuadras otrora habitadas. Pero en tu inmensa periferia los modernos barrios
residenciales dejan otra semblanza distinta de la capital. Rafaela Herrera,
Camino de Oriente e incluso la apartada zona de Las Colinas en la carretera de
Masaya, residencia de los distintos cuerpos diplomáticos o de los distintos
ciudadanos distinguidos, -irónicamente las siglas de aquellos valen para estos-,
dan fe de ello. Pero pese a este resurgimiento lento, paulatino, aún persisten
las chabolas eternas de Acahualinca (huellas de un continente que no sabe de
evolución); o las semicasitas engañosas -habría que penetrar en su interior- de
Riguero, Nicarao, Altagracia, Ciudad Sandino y tantos y tantos barrios de esta
Managua, que vista inmensa en la carretera del Jiloá, del Ruta trece, de Ciudad
Sandino, (con los muchachos de Quincho en cada esquina), no es más que una
ciudad llena de andrajos, de desolación y de miseria.