miércoles, 30 de noviembre de 2011

MEMORIAS DE FORO: LA FRAGUA DE ANDRÉS (2)



ESCENAS DEL AÑO DE LAS LLUVIAS


Aún no había terminado de salir el sol allá por Pedroso cuando Diógenes despertó con un fuerte dolor de cabeza en su cama de piedra. Vio la claridad matinal que comenzaba a penetrar por las rendijas de su fortaleza, y el techo desnudo de ladrillos recubierto de telarañas; al tiempo que el relente de la mañana le calaba los huesos. Buscó la chaqueta para protegerse del húmedo septiembre, y no la halló colgada del palo que tenía de percha en un agujero del caseto de riego, su morada de siempre. Tampoco la tenía de cabecera y comenzó a preocuparse. Se levantó tambaleante hacia la puerta, quitó la clavija y salió a la calle. El disco ya se veía redondo por el Ahijadero, y el frío de la mañana abofeteó a Diógenes en su rostro curtido. La cabeza comenzó a darle vueltas y tuvo que  apoyarse en el quicio de la puerta para no caerse. Repuesto de este primer recibimiento vuelve a su colchón de paja y piensa en la chaqueta que ayer trajo encima de la burra cuando regresaba de Cantalpino.

Pepa, su ama, despierta a esa hora en la ancha cama que ahora ocupa ella sola. A Manolo, su marido, le mataron en la guerra. Joven aún, Pepa encuentra el lecho ancho, triste y frío. No obstante se levanta, se acerca a la cama de las dos niñitas, ya huérfanas, las deposita sendos besos, las abriga bien hasta la cabecita y sale al corral. Ya en éste descorre la clavija de la puerta trasera para cuando llegue Lesmes a darle agua al ganado y entra nuevamente en la casa hacia la cocina. Prepara el almuerzo -torrezno, chorizo y pan duro-, lo mete en la cesta y se dirige a la huerta del Naciente, donde Diógenes ya había uncido la burra, la cabeza cubierta con un saco, al palo que elevaba los arcaduces de la noria.

Lesmes suelta el ganado del establo para que ellos solos se acerquen a la pila situada contra una pared del corral, y se paseen un poco por el mismo. Mientras, él apaja los pesebres, y después, cuévano al hombro, va al pajero de rebaños que dejó en la era para camas. Los tiempos no vienen buenos y no se puede malgastar la paja buena para acamar el ganado. Cuévano tras cuévano, Lesmes limpia el jergón de los bueyes, que después se hará curtida basura. Trae también un medio cuévano de paja garrobaza para la lumbre (la blanca se consume antes y ha de durar todo el día), en la que el ama Pepa atizará después el puchero: un poco de caldo con lentejas o garbanzos por variar, y si viene el caso, caldo sólo. Con un poco de pan saldrán unas sabrosísimas sopas de ajo, plato tradicional de este pueblo.
Lesmes saborea con fruición, ya en su casa, el torrezno y el huevo que le ha preparado la Macaria. Y vuelve a casa del ama Pepa en busca del arpón y la brienda. El jueves es feria en Salamanca y hay que tener traspaleado el basurero para no perder comba. Y no porque piense ir el jueves a los toros, "la vida está muy cara para el jornal de mierda que ganamos", opina, sino porque hay que ir después a aguzar las rejas a la fragua de Andrés e ir preparando la de la laguna de las Gruesas: "que la quiero sembrar pronto, antes que llueva fuerte y luego no hay quién entre", dice.

Boleras, que este año va a estar en casa del tío Juan Antonio, ya llevaba dos cueradas traspaleadas cuando llegó Lesmes, brienda y arpón al hombro. Tienen sus amos los muladares vecinos. Se había producido días antes un sonado robo de gallinas a la guardia de Pedroso, dejando sólo a un gallo, con el misterio de quién pudiera haber sido su autor, y sobre éste y otros temas, Lesmes y Boleras echan un parrafito para descansar.




Muladar

Continuará...

lunes, 28 de noviembre de 2011

MEMORIAS DE FORO: LA FRAGUA DE ANDRÉS (1)



LA FRAGUA DE ANDRÉS


La fragua de Andrés era el centro neurálgico de mi pueblo. Allí íbamos todos a contar nuestras cuitas, y a enterarnos de las de los demás, además de aguzar y reponer las rejas rotas y desgastadas. Cuando queríamos encontrar a alguien que no estaba en casa, sabíamos que invariablemente aparecía en la fragua de Andrés.
En la fragua de Andrés escuché muchas escenas de la vida cotidiana, retazos de vidas ajenas que después yo fui hilvanando, y que, hasta ahora, no me había atrevido a contar. Ello junto con los retazos de mi propia vida, algunos de los cuales también quedaron en la fragua de Andrés.
Os contaré un recuerdo de mis once años, y algunas de las anécdotas que sucedieron en el año de las lluvias: cuando robé las gallinas en Pedroso, la tormenta se llevó los majuelos de Ronda, y Andrés se quedó unos días sin sus machos de la fragua, con la colaboración de Jesús, el arriero de La Vellés.

***

VERANO DE 1927

Mi padre tenía una yugada de tierras que compró en el 23 cuando la compra del pueblo al duque de Tamames y al conde de Montarco. Porque el pueblo antes del 23 era de los nobles, y después del 23 de los nuevos ricos, pues los pobres sólo pudimos comprar lo que aquéllos nos dejaron después del festín.
Mi padre no era tonto, y aunque pobre, proporcionalmente en los veranos fanegueaba tanto como el que más. Servía a un amo, que a cambio de un jornal le dejaba una pareja de bueyes para hacer sus propias labores. Cuando más la usaba era en el verano para acarrear. En el acarreo le ayudaba yo también a mis once años. El daba los haces y yo cargaba el carro. Pero ese de mis once años fue un mal verano para mi padre. Las noches venían muy claras y a la luz de la luna se divisaban perfectamente las sombras de la noche. Mi padre siempre nos decía que los veranos con mucha luna eran poco fanegueros. Nos salió el trigo a nueve fanegas, pero mi padre en casa siempre se quejaba de que si no hubiera sido por la puta de la luna bien nos hubiera salido a once.
Yo entonces no sabía descifrar el enigma de lo que mi padre quería decir, aunque en los años sucesivos en que las lunas vinieron normales, sin excesiva claridad, comprendí el aserto de mi padre. Nos metíamos a acarrear en tierras que no eran las nuestras y las parvas aumentaban en número, evidentemente no excesivas pero si las suficientes para faneguear un poco más, y con ese exceso imprevisto íbamos matando poco a poco el hambre.
Como heredara esa afición de mi padre con los años iría a parar a la cárcel.




Paisaje con luna llena

Continuará...

viernes, 25 de noviembre de 2011

NIEVE PERPETUA



NIEVE PERPETUA

(La Orbada, 15 de abril de 1974)


Límpida y virgen en la elevada cumbre
donde nunca ha hollado la humana planta
te nos muestras, nunca una y siempre igual
vestida de blancura tersa y diáfana.
Nunca bajaste a las profundas simas
de terror, de misterio y de vida aciaga,
siempre prefieres los agrestes picos
donde la aventura es más feliz y clara.
Roza tu cuerpo el azul del cielo
por ello es que serás pura, virgen y santa.
Altiva e ingenua tú eres, prefieres
la noble y bella virtud de ser inmaculada.
Cómo el hombre te ama, venera y respeta
contemplas desde tu inhóspita atalaya.
Ciñese sobre ti el orgullo de ser diosa
de todas nuestras mentes doctas y preclaras.
Para que te contemplen aquellos que te aman
de vez en cuando a nuestros valles bajas,
pero siempre eres en las altas cumbres
nieve perpetua, naturaleza blanca.

Nevada

miércoles, 23 de noviembre de 2011

DIARIO DE UN BRIGADISTA: REFLEXIÓN SOBRE LA DIPLOMACIA



2 de marzo de 1980

REFLEXIÓN SOBRE LA DIPLOMACIA

A veces pienso que ser diplomático es una lata y otras veces pienso que la diplomacia se debería de organizar de otra forma. ¿Cómo? No sé, pero pienso que relajando las normas sociales, olvidándose de la etiqueta y dando curso a la espontaneidad.
Tras la comida, tuvimos una ajetreada tarde de recepciones; primero en el Museo Hispánico y luego en la embajada española. Allí vi personalmente a Ernesto Cardenal y otras personalidades ligadas al mundo hispano-nicaragüense. Una serie de actos y discursos de bienvenida y vinos de honor hasta bien entrada la noche. Fue ese día cuando tuve la primera conversación personal con el embajador, don Pedro Manuel de Arístegui y Petit. Estaba con otros dos compañeros sentados en unas sillas mientras los demás seguían el baile y la fiesta a la española. Se nos acerca el embajador y nos pregunta que si estábamos cansados, -él no lo estaba menos, a buen seguro-, y nosotros le insinuamos que ya podía ir dando por terminada la recepción. No pasó mucho tiempo cuando así sucedió. Y tan contentos todos de haber cumplido el compromiso social; un compromiso que de no existir la etiqueta y actuar con naturalidad, podía haberse celebrado al día siguiente, y haber dedicado ese primer día para el descanso. Pero, claro, nosotros íbamos a hacer historia y había que recibírsenos con todos los honores. Y maldita las ganas que teníamos de recepciones. Al fin, montamos al autobús y a descansar. Treinta y una horas de sueño atrasado reclamaban tal descanso. No sé si en el acto lo pensé, pero a veces pienso lo aburrido que debe de ser la diplomacia, que además es eso. Es decir, una lata.
Hacia las nueve de la noche fuimos a pernoctar al Hotel Camino Real. Había terminado la jornada de contacto y muchas horas en vela producen un pesado sueño. Si así es Managua, ¡qué placer!

Fotocomposición



lunes, 21 de noviembre de 2011

DIARIO DE UN BRIGADISTA: PRIMERAS HORAS EN NICARAGUA



2 de marzo de 1980

¿Es esta la Managua de la que nos han hablado? Bien es cierto que el aeropuerto no es ninguna cosa del otro mundo, e incluso la fuerza de seguridad son unos jóvenes chavalos con una responsabilidad que les viene ancha, pues apenas han salido del cascarón y ya empuñan automáticas, pero no muchos metros más allá, ¡qué contraste! Sin duda debe de ser el mejor hotel de Managua, porque si es del montón no parece que por esta ciudad hallan pasado guerra ni terremoto. Amplias habitaciones dobles con baño individual, piscina, comedor y jardines en que contemplar la exótica vegetación tropical. El calor pega duro y un buen baño nunca vendrá mal. Qué placer es esta reconfortante ducha en este tórrido calor. Qué difícil es aclimatarse al cambio de temperatura; en España un frío invernal -no en balde es invierno- y aquí un calor infernal -producto del trópico-. Intento vestirme, pero la tela hiere mi espalda y mi entrepierna. Son las diez de la mañana y estoy rendido del viaje y del calor. Desnudo como mi madre me parió me tumbo en la cama y me cubro con la colcha para protegerme, no del calor, condenado de él, sino de las picaduras de los mosquitos. El cansancio me impide dormir, aunque dormite, pero al menos intento relajarme. El radiador de aire frío tonifica el ambiente; ya puedo vestirme y reflexiono: "Esto es maravilloso, aquí no parece ni que haya pasado la guerra. ¡Qué hotel!, baño individual, piscina, jardín, palmeras, todo verde, la gloria". ¿Quién habló de terremotos?
Hacia las dos de la tarde llegó la comida. Éramos muchos y posiblemente el personal no pudiera atendernos debidamente en la mesa, por eso en orden, en fila india, con la bandeja y el cubierto debemos pasar ante el pote de comida, variada y exótica. No sé qué comimos. Allí nos servirían y podríamos sentarnos en amplias mesas, en orden, por favor.
- Para beber, ¿qué desea?
- Coca Cola, por favor.
- Deguste nuestro nica libre.
No pruebo el alcohol, pero, ¿cómo ser descortés? Y me bebo un vaso de ron pasado por agua, un auténtico nica libre, en un país en que en los festivos y vísperas está prohibido el alcohol, según dicen, pero a nosotros ¡qué nos importaba!

Recibimiento en el aeropuerto de Managua (02-03-1980)




sábado, 19 de noviembre de 2011

VISTA DE FUENTELAPEÑA DESDE SU PLAZA DE TOROS



VISTA DE FUENTELAPEÑA DESDE SU PLAZA DE TOROS

(Salamanca, 25 de septiembre de 1975)


He mirado a mi derecha y te he visto gigantesca,
noble y señorial, mas pensé... ¡quién lo diría!
¡Sí! No sé por qué, mas pensé... ¡que estabas muerta!
¡Te me figuraste de repente tan vacía!
Fue culpa de mi cabeza
el ver tu monotonía.
La vista he vuelto nuevamente al frente. Tiembla
la plaza en esta tarde de corrida.
El toro embiste y embiste a la muleta
que alguien, uno cualquiera, le presenta de rodillas.
Vibra la plaza en las voces, y es que estás, Fuentelapeña,
ante mis ojos, de frente, disfrutando de la vida.
Cortan del toro la oreja
que le dan al maletilla
y al ruedo ha de dar la vuelta
recogiendo ¡olés! y ¡vivas!
Y el pueblo disfruta entero, porque piensa,
grato pensamiento, que la fiesta es vida.
El pueblo entero está en fiestas.
La plaza, esta tarde, vibra.
He mirado nuevamente a mi derecha,
alta torre, nobles casas, ve mi vista.
¡Qué contraste! Y en el frente, una faena.
Esta villa a mi derecha está vacía,
pero de frente está llena.
Vibra. Vibra y grita de frente y disfruta tu corrida
hoy que puedes, yerma tierra,
tierra rica
pues mañana será duro el trajinar de otra faena
con la plaza vacía
y con tus piedras señoriales de esperanzas llena.
Canta y baila, ríe y grita
porque te cito, Fuentelapeña,
otra tarde, cinco en sombra, en la corrida.

Plaza de toros de Fuentelapeña (Zamora). Agosto de 2010


jueves, 17 de noviembre de 2011

DIARIO DE UN BRIGADISTA: EL VIAJE



2 de marzo de 1980

"Y yo me iré"
(Juan Ramón Jiménez: El viaje definitivo)

EL VIAJE

El viaje transcurrió con el único sobresalto de ascender a la una y veinte de la madrugada desde el suelo a diez mil metros de altura, pero incluso éste estaba previsto. Tras largas horas de vuelo, amparados en la noche, tomamos tierra, sobre las once menos cuarto de la mañana, hora española, en Santo Domingo, escala de Colón en sus tres últimos viajes a América. En la plenitud de la noche no divisé el mar, aunque lo sentía a muy escasos metros de mí. Y sin embargo, algo distinto, presagio de lo venidero, llegó. Eran las cuatro de la madrugada, hora local, y el ambiente era húmedo, pero cálido. Un calor pesado y pegajoso por la humedad que aplanaba el cuerpo, no en balde estábamos a unos veintitrés grados y a ras del nivel del mar.
Nuestro pájaro de acero debía de repostar la energía consumida y una hora visitando los escaparates de las tiendas del aeropuerto fue lo que duró nuestra estancia en esta isla de escala hacia el continente.
Una vez que el avión hubo desayunado su esencia, cuando nosotros ya habíamos repuesto nuestros cuerpos un par de veces, volvimos a ascender a las alturas para aterrizar, tras doce horas, en un nuevo continente. A esa hora se estaría tomando el vermú dominical y preparando la comida varios miles de kilómetros hacia el este.


DIARIO DE UN BRIGADISTA

2 de marzo de 1980 en Nicaragua

Dentro del recinto internacional del aeropuerto fuimos recibidos por el Embajador de España en Nicaragua y diversas personalidades, y luego, ya en territorio nicaragüense, por una delegación andenista. Cubrimos los trámites reglamentarios de pasaportes, visados y demás, que en mi caso concreto transcurrió sin novedad, y después de las entrevistas a algunos compañeros, por los periodistas, y las fotos de rigor, se nos trasladó al cercano Hotel Camino Real. La aventura americana estaba en marcha.

Escala en Santo Domingo. (02-03-1980)






lunes, 14 de noviembre de 2011

VOTARÉ PARA BOTARLES




Interesante reflexión electoral, vía Pintamonos:

"Algunas conclusiones después del debate electoral entre el señor (Rodríguez) Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy

Mariano Rajoy:

-Sabe leer
-No sabe pronunciar la "s"
-No sabe o no le interesa explicar su programa
-Al igual que su mentor Aznar, no mueve el labio superior
-Esconde más de lo que enseña
-Ya se siente presidente (con permiso de don Mercado, añado)
-Suspendió Geografía en el cole, por eso usa chuleta (y aún así confunde a Cádiz con Sevilla, me consta)
-No me gusta

Pérez Rubalcaba:

-La calva le brilla
-No tiene nada que perder
-No se llama Rodríguez; pero gobernó con él y es responsable de la política de recortes del bienestar
-Confía poco en su triunfo
-No quiere diputaciones, pero ¿y el Senado? (¿y suprimir las Comunidades Autónomas?, sugiero)
-No me gusta

Por lo que después de este debate parcial tengo claro que votaré y que no lo haré a ninguno de los dos."

Yo también tengo claro que votaré, y más después de digerir el programa del PP explicado por el Presidente balear José Ramón Bauzà, visto en el Periscopio, por lo que para estos dos dinosaurios de la política, el sentido de mi voto será claro: Votaré para Botarles.


sábado, 12 de noviembre de 2011

DIARIO DE UN BRIGADISTA: LA NOTICIA



LA NOTICIA

Todo principió la tarde de un domingo cualquiera. Por la mañana de aquel 17 de febrero de 1980 había asistido con mi padre a la venta de un ternero a un tratante, con sus tiras y aflojas, cada cual en busca de su ganancia, para al final echar el alboroque en el sentido de partir al medio las cantidades en liza. Como en esta ocasión se pagara a tocateja, al contado, sin que el comprador se llevase la mercancía, un tijeretazo, un pequeño corte en el pelo del animal, anunció o selló la compra. El animal dejaba de pertenecer a los bienes semovientes de nuestra familia, pero a cambio habíamos adquirido unas cuantas pesetas. Es la ley de la oferta y la demanda, la ley del mercado trasladada a las materias primas de las necesidades primarias. En aquel momento estaba ajeno por completo de cómo habría de desenvolverse el futuro próximo, de cómo buscar una América que descubrir.
Aquella tarde eché la habitual partida de chinchón jugando al azar sobre siete cartas para formar tríos y escaleras. No sé si gané o perdí, tampoco tenía tanta importancia. A media tarde me llegó la noticia. La posibilidad de conseguir, aunque eventualmente, un puesto de trabajo, en una época en que aumentaba alarmantemente el número de parados y la crisis económica bajaba en picado hacia la depresión, era remota, pero no había que perder las esperanzas. Quince días después, esas esperanzas se hicieron realidad. Se había conseguido un puesto de trabajo y se podía ingresar unos dólares en el peculio personal. Eventualmente me había salvado de los dos fantasmas de la sociedad actual, en este ibérico país.
América, la lejana y soñada América; América, la mítica, la imposible, sería el punto de destino de una, de momento, dulce realidad. Solo quedaba coger la maleta, cargar y... partir.

El jueves 28 de febrero de 1980 cogimos la maleta, la cargamos de equipaje, y tras la despedida de mi familia partimos hacia Madrid donde debíamos asesorarnos del trabajo a desarrollar, y de firmar los contratos para percibir las primeras pesetas, que transformamos en dólares; seguimos cargando equipaje en los dos días siguientes, y el día primero de marzo hacia las ocho de la noche cenamos en Madrid en casa particular, ya las maletas definitivamente cargadas y prestos a partir.
Tras la cena, por primera vez en mi vida, entre sorprendido y atemorizado, jugué a la tabla ouija.

Sábado, 1 de marzo de 1980

¿Fue un hecho real o simplemente una ficción? La copa se movía a través del cartón con el alfabeto, sin ayuda de ninguna mano que la dirigiera. ¿Sería posible o simplemente una burla? Jugué, aunque no sé si ciertamente puede ser un juego desafiar al destino. Porque se trataba sencillamente de eso, de un desafío.
Pienso que es ciertamente peligroso pretender conocer el futuro a través de los espíritus de los muertos. Y es precisamente ese riesgo, ese peligro, lo que le hace ser emocionante. De lo que no hay que hacer caso en forma alguna es de sus respuestas, y ahí sí, ahí se le puede considerar simplemente como un juego. Un juego peligroso y nada divertido, un juego en el que se hace precisa una enorme dosis de sangre fría para saber ganar o perder. Tomado todo con filosofía es un juego sin fundamento, un matarratos tal como resolver un crucigrama o un puzle; pero, insisto, peligroso.
Era la primera vez que me ponía ante la tabla ouija. El espíritu era benigno, -hasta en esto hay que tener suerte-, y aunque nos auguró una vida llena de dificultades y problemas nos animó a emprender el viaje a América.
La velada transcurrió sin sorpresas ni sobresaltos, quizá excesivamente benévola, y aunque no carente de emoción, tampoco ésta fue excesiva.
Sin embargo, era la primera vez que jugaba y hasta cierto punto no me lo tomé como un juego; me lo tomé un tanto a pecho y estaba obsesionado con la idea de conocer mi futuro. Pese al peligro que suponía, me aventuré, pregunté, y tres horas más tarde ya estaba en el aeropuerto esperando el avión que me habría de llevar a un nuevo continente.
Creerme y tomarme a pecho las respuestas del espíritu o considerarlas simplemente como un juego ya solo dependía de mí. Todo era inofensivo y de momento me lo creí.

Tabla oui-ja


jueves, 10 de noviembre de 2011

MEDITACIÓN


MEDITACIÓN

(La Orbada, 9 de agosto de 1975)


He sufrido veinte años muy cargados de tragedias.
He consagrado en mi vida cuatro lustros al dolor.
He caminado en el mundo por podredumbre y miseria.
Me he sentido insatisfecho y me llené de temor.
Ahora huyo de la vida como antes huía a ella.
Me he encerrado en un recinto que he encontrado acogedor,
y he visto en la soledad que la vida solo es bella,
caminando por el mundo, cuando se halla un gran amor.


Planta de Reciclaje

martes, 8 de noviembre de 2011

FIESTA NOCTURNA SALMANTINA



Apreciado lector:

Cada vez que se produce un cambio de gobierno, los que entienden están expectantes para observar y evaluar cuáles son los primeros pasos del mismo, y determinar de esa forma la probable inclinación en la toma de decisiones del gobierno recién nacido. Es lo que llaman “política de gestos”.

Esa misma política de gestos he querido tener en este espacio, en las primeras entradas, y ya advierto, y habréis advertido, que será la literatura en sus múltiples variantes, con relatos, vivencias y poemas, sin descuidar la opinión sobre temas de actualidad si se tercian, lo que abunde en este espacio, y para no menoscabar lo que acabo de exponer, tras haber visto los comienzos de las Memorias de Foro, (un conjunto de esbozos de relatos ambientados en mi pueblo natal), y un avance de una vivencia y relato ambientado en Nicaragua (prometo más remiendos), verás que en esta entrada pretendo cazar dos pájaros con un mismo lazo en una clara política de gestos de por dónde van mis gustos. Así, mi antigua afición por la poesía unida a la querencia hacia mi patria chica, Salamanca, dio como resultado el texto, ya añejo en mi memoria, que a continuación te ofrezco:


FIESTA NOCTURNA SALMANTINA

(Salamanca, 27 de noviembre de 1974)



Han terminado
el vals y el bolero. Buenas noches.
Todo el rebaño
racional
va susurrando.
A voces.
Tempestades de palabras
agolpándose en el eco
retumban.
No hay pasión, no hay deseo
de burla.
Todo surge natural.
El cielo
es claro bajo la luna.
El viento
sopla leve, levemente.
Salamanca nocturna
duerme
bajo el amparo de su leyenda.
Era fiesta y la hemos proseguido
en la noche inmensa.
La flauta deshoja al viento
aires viejos
y nuevos
aires de tuna.
El cansancio
se apodera de nosotros.
Relajamos nuestro cuerpo
en los sofás del andén de la estación.
Una densa atmósfera cargada
invita al sueño.
Nuevos aires de tuna
deshojados al viento
ponen fin a la fiesta.
Salamanca,
a las cinco de la madrugada
duerme, por fin, en paz,
en esa paz
y en esa calma
que le impregnaron los siglos.
Buenas noches. Quedan
lejos
el vals y el bolero.
Y un día nuevo
espera.

Salamanca. Casa de las Conchas

sábado, 5 de noviembre de 2011

MEMORIAS DE FORO. EL CUADERNO (y 3)




Lecturas previas:




El tío Miguel y mi padre no se habían puesto de acuerdo, pero cuando salieron los dos desde el Ajuntadero de las vacas montados en los burros, por el camino del monte, llevaban una buena vara de mimbre cada uno. Por el camino no hablaron de nosotros, ni de dónde nos habríamos metido; era mayo, y hablaron de las lentejas de los Casares, de lo esponjoso que había venido el invierno, del marzo airoso y abril lluvioso, de lo buena que se presenta la cosecha, del trigo de las Gruesas que saldrá a siete fanegas, y de la cebada de los Cascajos que no dará menos de seis. Lo de siempre, vamos. De nosotros, nada de nada. Total, cuando llegaran al monte ya nos encontraríamos en el mundo de los muertos, y al día siguiente nos llevarían al saúco y se acabaron las preocupaciones. Si acaso algo sentía mi padre era comprar la caja; el tío Miguel le compraría a Juanito una decente de doce pesetas, por algo Juanito era hijo de rico, pero mi padre se conformaría con una de siete pesetas, y, aún así, yo le jodería el sueldo de medio mes.
La verdad es que he sido siempre un poco corto de mollera, pero hay cosas que no comprendo. Porque estaba claro que nos iban a encontrar ahogados, eso bien que lo sabían, ya habían hablado de cómo traerían las cajas, quién las iría a buscar, y cómo devolvería mi padre el dinero que tenía que pedir prestado. Eso estaba claro, pero, entonces, ¿por qué coños tenían que venir al monte con las varas de mimbre? Hay cosas que nunca me han entrado en la cabeza y este detalle es uno de ellos. Porque Juanito se podía salvar, pero yo no. Yo nací desgraciado, mi madre me parió con fiebre, y por si quedaba alguna duda de que debía morir, mi padre me quería matar.
Camino de Fuentelapeña arriba llegaron a los Casares, y de allí a la charca del Macho. Allí estaban todavía las camisas secándose, pues, aunque nos bañamos en pelotas, no habíamos retirado la ropa lo suficiente, y chapoteando la habíamos puesto como una sopa. Cuando bajamos por el regato de Varzubillo teníamos intenciones de volver a buscar las camisas en cuanto se secaran un poco más, pero, como nos perdimos, no hubo forma.
Cuando el tío Miguel y mi padre vieron las camisas a la vera de la laguna y no nos vieron a nosotros, no les quedó duda de que estábamos en el fondo del Charco, hundidos entre el cieno.
A mi padre, que me había tenido para explotarme a medio plazo, se le debió de caer el cielo encima, porque, tras mantenerme durante diez años, apenas un mísero jornal le había dado de rendimiento. Y no me daba muchas esperanzas de vida después de muerto. Agitando la vara de mimbre, mirando al centro de la charca, no cesaba de repetir:
-¡Ay, Forito!, hijo, sal de ahí, que como te hayas ahogado te mato.
Menos mal que no me ahogué, ni siguiera estaba en la charca, porque si no, en menudo compromiso me hubiera puesto mi padre.
Aquel día nací de nuevo porque mi padre no me mató, aunque casi. Ni siquiera nos encontró en el monte. Nosotros estábamos perdidos, pero ya habíamos oído las voces de mi padre, y por ellas nos orientamos. Y hacia ellos íbamos, pero cuando ya percibíamos lo que decía, le oímos a mi padre su eterna cantinela:
-¡Ay, Forito!, hijo, como te hayas ahogado te mato.
-¡Ostras, Juanito!, yo no voy, vámonos para casa, que me mata mi padre.
Juanito me hizo caso, y paso a pasito, ya orientados, vinimos para el pueblo.
Cuando el tío Miguel y mi padre perdieron la esperanza de encontrarnos, ni en la charca ni en los alrededores, montaron nuevamente en los burros y regresaron para casa.
Una vez mi padre en casa, comprendí para qué habían llevado las varas de mimbre al monte. La zurra que me dio fue de órdago a la grande, esa que algunas veces perdí con los cuatro treses de mano, y que ahora, con la mimbre en la mano de mi padre, no logré ni dejarla en paso. Tenía el cuerpo con más cardenales que el Papa en Roma. Dios, como me dejó.
Nunca volví a bañarme. Una y no más, Santo Tomás.”

Hasta aquí la primicia. El cuaderno tiene más historias, a cada cual más interesante, (según mi parcial juicio, influenciado por la admiración familiar), que pacientemente he ido rescatando y pasando a limpio, como probablemente le hubiera gustado a mi tío abuelo; y aunque el viejo cuaderno sigue amarillento, lleno de mugre, y deslavazado, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que para Foro fue, junto con su vida, su mejor tesoro.








jueves, 3 de noviembre de 2011

MEMORIAS DE FORO. EL CUADERNO (2)



Continuación de  El Cuaderno



“Me llamo Telesforo Muchapena Pocadicha, hijo de Telesforo Muchapena y de Sinforosa Pocadicha, pero en la vida siempre me conocieron por Foro. Nací en el invierno del año 1916 en La Orbada, bajo el signo de la desgracia. Ni siquiera me acuerdo del día. Cuando nací, mi madre estaba enferma, con más de cuarenta de fiebre, en pleno invierno. Pero el tiempo de la preñez se le cumplía, y así me echó a mí al mundo, enfebrecido ya. Menos mal que, al menos, me parió en la cama. Su enfermedad me ayudó en algo, que si no, lo mismo hubiera nacido en Las Canteras, o en el Chozo, o a lo mejor en la casa del Duque, cualquiera sabe. Así, no; así nací en el pueblo, en la casa de mi padre y en la cama de mi madre. Otra cosa es, no se crea. Porque el invierno era duro, y los cepos no eran precisamente blandos. Del invierno y del monte tengo los recuerdos más amargos de mi existencia. Lo de más amargos es un decir, porque son por un estilo a los que tengo del mismo pueblo, y por las tierras, en verano, en otoño y en primavera. Vamos, jodidos todos, porque no sé si alguna vez hice alguna cosa bien. No sé.
Cuando nací, a mi madre no se le quitó la fiebre, si acaso la cogió más, porque tuvo que quitar todas las mantas de la cama para no asfixiarme a mí, y el día no era muy espléndido que digamos. Bueno, como que era de invierno, ya lo he dicho. Por lo menos siguió enferma un par de meses, aunque le bajara con el tiempo la fiebre, pero en ese tiempo tuve que mamarle la buena y la mala leche que tenía, más la mala que la buena, porque si estaba enferma ella, la leche no iba a estar buena, digo yo. Pero no me morí, que es lo principal. Aunque para la puta vida que me tocó vivir, mejor hubiera sido que me hubiera parido muerto, si bien, y pensándolo mejor, ¿para qué?, ¡anda, y que se mueran los feos, a ver si no queda ninguno!
Yo viví, y crecí, y me hice grande, y hasta fui a la escuela y aprendí a leer y a escribir y las cuatro reglas, a dividir aprendí a medias, pero, vamos, me defiendo. A los diez años mi padre me sacó de la escuela porque decía que me había tenido para meter pasta para casa y no para estar ocioso toda la vida. Total, que desde los diez años dejé de ir a la escuela y me metí en otra escuela peor todavía, en la de la vida.
En la escuela me hice amigo de Juanito, que era hijo de rico, lo que de algo me valió más adelante, aunque, si he de ser sincero, no me sacó de pobre. Porque no lo he dicho, pero era pobre. Mi padre, obrero a secas, mi madre, ama de casa y obrera, claro. Los hijos, obreros fuimos. Yo era el mayor, y tras de mí vinieron siete más vivos y otros dos que se murieron, gracias a Dios. La proporción fue buena, mitad y mitad, y por ese orden, se conoce que mi padre y mi madre sabían el oficio y estudiaban las lunas con tiempo. Y así nos fueron encargando, chico, chica, chico, chica, y así hasta que dejaron de encargar. Diez en total, ocho vivos y dos muertos. Y, además, con intervalos bien regulares. Cada dieciocho meses, día más o menos según cuadrara la luna, iba incrementando el número de hermanitos, y, es curioso, los varones nacimos todos en el invierno, y mis hermanas nacieron todas en el verano. Para mi padre al principio era un sacrificio, pero a medio plazo se le notaba el rendimiento. Porque en cuanto cumplíamos diez años, invariablemente, empezábamos a trabajar. Los chicos comenzábamos con trabajos más livianos: escardar, atar y espigar, y traspalear el basurero, pero luego, según los íbamos capeando, nos iban explotando más: arar, aricar, alzar, poner y etcétera, etcétera. Las chicas, también invariablemente, iban a servir. Este era un pueblo de ricos y daba abasto para todos. Absorbía a todos los pobres del pueblo para criados y criadas, y, además, tenían que traer criadas de Parada.
Pero, bueno, que me salgo del tema. A lo que iba. Decía que me hice amigo de Juanito y que a los diez años mi padre me puso a trabajar. Mi primer trabajo lo recuerdo perfectamente. Fue escardar lentejas en una tierra sita en los Casares, del tío Miguel, el padre de Juanito. Fuimos Juanito y yo, porque los ricos tampoco tenían mucha consideración con los hijos, y en cuanto empezaba el tiempo bueno, a trabajar se ha dicho. Fuimos, como he dicho, la pareja, Juanito y yo, la tarde estaba buena, en pleno mayo, el monte estaba a la vera, y las ganas de trabajar no eran muchas.
Después me pesó, porque me limitó en la vida el tiempo de diversión. Pero aquella tarde, ¡qué íbamos a hacer! Menudo disgusto se llevaron en casa. A lo que iba. Eran las nueve de la noche, y Juanito y yo no habíamos regresado a casa todavía. A media tarde nos habíamos ido a la charca de los Machos a bañarnos, y luego seguimos por el regato Varzubillo abajo, casi hasta el monte de los de Espino, y se nos hizo de noche, y nos perdimos en el monte. ¡Menuda la preparamos! El tío Miguel fue a casa de mi padre, y mi padre fue a casa del tío Miguel. Ni uno ni otro sabían de nosotros. Y con razón. Quedaron que a las diez de la noche saldrían a buscarnos al monte, después de que mi padre empajara el ganado del tío Juan Alonso, porque, ya se sabe, primero es el ganado del amo que el hijo del criado. Aparte de que ya nos daban por ahogados y, en tal caso, poco podían hacer ya por nosotros.

                   Panorámica del monte de La Orbada


Continuará…