El último fin de semana del pasado mes de noviembre tuvo lugar en Valencia el Cuarto
Encuentro de Brigadistas Españoles en Nicaragua. Nuestro compañero Antonio Alcántara dio cumplida cuenta del mismo con la inmediatez que le caracteriza.
Para la ocasión escribí con la colaboración de la también compañera
brigadista Encarna Velasco, el siguiente texto, que hoy, Día del Libro,
ofrecemos íntegramente a nuestros lectores.
HISTORIA DE 55 LOCOS MÁS UN ESPÍA
Compañeros, buenos días.
¿Quién mejor que yo podría contar la historia de 55
locos maestros? Yo los conozco. Soy uno más. Conviví hace muchos años con ellos
durante seis meses. Entonces ya eran raros, extraños, anómalos,
excepcionales... Reconozco que yo no era precisamente el más cuerdo. Dejémoslo
estar. Esta es su historia:
Algunos dejaron sus trabajos, sus padres, sus parejas
y se hicieron 8.513 kilómetros para cruzar el océano que llamamos El Charco, en
un DC-10 de Iberia, que tenía por nombre “Costa del Azahar”. Los había de todas
las edades, entre los 22 años de los pequeños hasta los 37 de los mayores.
Estos, por edad, ya eran veteranos; aquellos, benjamines que acababan de
terminar su carrera y se fueron en busca de aventura. Todos, estos y aquellos, están
locos.
Y después de 12 horas de viaje llegan casi al centro
de la región del Trópico de Cáncer, a un lejano país llamado Nicaragua. Era la
estación seca y se encuentran de bruces con temperaturas infernales que
contrastaban con los fríos invernales que en su país sufrían apenas 24 horas
antes.
Están chalados. Proceden de todos los confines de La
Piel de Toro. De los pazos gallegos, de los hórreos asturianos, de los caseríos
vascos, de las villas riojanas, navarras y aragonesas, de las masías catalanas,
de las barracas valencianas, de las alquerías castellanas, de las quinterías
manchegas, de los cortijos extremeños y andaluces, de las cuevas canarias…
En sus maletas llevan quesos manchegos, chorizos
segovianos y toda suerte de vinos: ribeiros, sidras, chacolís, riojas, cavas, toros,
cigales, moriles, requena-utiel, licores de bellota, garnachas, tempranillos,
malvasías, málagas, montillas, valdepeñas, y alguno más que seguramente me
dejaré… ¡Qué inocentes! Licores prohibidos, al igual que el guaro, el ron oro,
el ron plata o el ron flor de caña de los naturales, y en su ingenuidad no se
imaginan que ni agua potable van a poder beber. Ya os digo yo que estaban
locos.
Pero tienen que estar seis meses, y tienen que
trabajar. Se alojan en la montaña, compartiendo la vivienda, y a veces la
habitación, con las familias nicas. Viviendas ubicadas en haciendas que los
sandinistas expropiaron a los somocistas, y que estos a su vez habían robado al
pueblo.
No están bien de la cabeza. En su trabajo todos
empiezan a hacer kilométricas caminatas para visitar a sus brigadistas, y las
hacen como si tal, bueno, siempre sudando y luciendo una esquelética figura. Yo
los he visto. Allí las distancias se cuentan por horas, y se emplean horas y
horas hasta llegar al destino. Unos a caballo y otros a pie las recorren. Por
caminos llenos de mosquitos y anofeles, arañas peludas y matacaballos,
alacranes, serpientes corales y ofidios sandinistas (de color rojinegro, pequeños
y matones). Y a veces su camino se cruzaba con el del ganado, con el de los
bueyes echando vaho bajo el nicaragüense sol de encendidos oros, con el de aquellos
salvajes toros con chepa que daban respeto. ¿Y qué decir cuando el sol se ponía
antes de llegar a casa? La presencia de los animales salvajes se hacía más
cercana. Hasta los congos chillones y las luciérnagas de la noche, salidas de
entre los árboles de gigantescas alturas, imponían respeto en los estrechos
senderos. Están locos de remate. A algunos que siempre habían vivido en ciudad los
bosques tropicales les venían grandes. Pero siguen haciendo sus recorridos
todos los días para realizar su trabajo y visitar a sus brigadistas.
¿Y que contaros del menú? Era muy variado y totalmente
vegetariano: frijoles cocidos, frijoles refritos, enchilado de frijoles,
burrito de frijoles, frijoles con chile, gallopinto, o sea, arroz con
frijoles... (Y no se me olvida un detalle: Fue cuando nuestra Embajada, en un
acto de generosidad, nos entregó unas latas que supuestamente venían de nuestra
tierra. En el lote había frijoles, no me lo puedo creer. Otros que también
estaban locos). Y todo ello acompañado por la entrañable tortilla de maíz, y el
inevitable café. Tomamos muchísimo y riquísimo café. Sin embargo, no habían
pasado ni dos meses de estancia y la pérdida de peso ya era sorprendente: “Que
tipazo te gastas”, se decían las chicas. “Si mi madre me viera…”, reflexionaban
los chicos. Esto es cosa de lunáticos.
Ya os he hablado de la comida. ¿Y qué decir del baño?
En todos los lugares era genial: en unos era un bidón lleno de agua y un cazo
para cogerla y echártela por encima. En otros, adentrarse en las acequias de
los beneficios del café. Los más privilegiados tenían tan buenas duchas que
parecían europeos. ¡Qué gozadas de duchas! Eso sí, en casi todos los lugares,
¡a mear a las letrinas! Sigo pensando que están locos.
Después, el regreso. ¡Qué hatajo de locos! Se creían
que lo tendrían fácil al volver a su país para encontrar trabajo. Y muy al
contrario, todo fueron dificultades: servicios no reconocidos por haberse
realizado en el extranjero, oposiciones que no se convocaban, oposiciones que
no se aprobaban, oposiciones anuladas, hasta incluso llegaron a conocer el
cambio del sistema de oposición, la temible encerrona... Algunos desistieron de
la enseñanza, pero todos siguieron adelante. Todos se abrieron camino en sus nuevos
trabajos, llevando siempre en sus corazones el recuerdo de los verdes valles de
Nicaragua, la furia de sus volcanes y la sonrisa, la bondad y la fina ironía de
sus gentes.
¿Y qué será de ellos después de 31 años? Me han dicho
que por la noche siguen soñando con el mapa de Centroamérica y que se les
aparece Sandino en sueños y el Che Guevara fumando puritos nicas fabricados en
Estelí; mientras en su día a día son profesionales de todo tipo: empresarios,
autónomos, asalariados, comerciales, gerentes de la administración, técnicos
municipales, estatales y hasta de la alta velocidad. Los hay que son banqueros,
artistas, escritores, especialistas en gente mayor, directores de colegios y...
enseñantes (pobrecillos).
Los hay también jubilados. Esos sí que están locos,
pero locos de alegría porque ahora pueden dedicarse a “cosillas” para las
cuales nunca tuvieron tiempo, como viajar, estudiar, voluntariado, cuidar la
huerta... Y como no los perdemos de vista, ya nos hemos fijado: Son todos “pastilleros”.
¡Qué locura!
Aquellos locos de entonces son hoy mujeres y hombres
casados, solteros, separados... a los que les emocionan aquellos recuerdos,
aquellas vivencias, las amistades y parejas que de allí nacieron.
Creo que llegan al Mediterráneo, a encontrarse con sus
compas. Vienen cargados de fotos, cedés, vídeos e historias para contar de aquella
época. Siguen estando locos. Y ya no solo ellos. Han contagiado a sus parejas,
a sus hijos, a sus amigos. Estos saben que cuando se menciona la palabra “Nicaragua”
no hay quien les pare, parecen estar abducidos por ese país.
Pero esta historia no quedaría completa sin hablar de
los que se fueron, de aquellos con los que la vida no fue generosa y nos
dejaron antes de tiempo, de aquellos de los que ya solo nos queda su recuerdo,
siendo consciente de que ellos mejor que nadie podrán contar la historia de 55
locos maestros.
Y tampoco quedaría completa sin hablar del anónimo
compañero espía, del compañero 56. Nadie lo ha visto, nadie lo conoce, nadie
sabe su nombre, su capacidad de transformación debió de ser asombrosa, pero
algunos dicen que existe, y que hizo su trabajo en la sombra. Aunque nadie le
conozca, le llamaremos el compañero sin rostro.
Y ya no somos 56. Ahora somos más. Hubo mujeres nicas
que se casaron con algunos de estos locos y ellas también han enloquecido. Eran
dulces y encantadoras como el alegre macuá, el pájaro del dulce encanto; pero,
embelesadas y extasiadas, no calcularon la medida del brebaje cuando tendieron
sus leves alas de plata, y al atrapar a unos locos, quedaron a su vez atrapadas
y sucedió lo inevitable: Se contagiaron de locura, y sus hijos son adorables
locos del fuego de ese país.
Y los locos de entonces siguen mal de la cabeza. Yo los
he visto. Dicen de ellos que son personas activas, inquietas, desasosegadas,
bulliciosas, traviesas. Dicen de ellos que siempre tienen palabras de aliento
para los demás. Aquella experiencia les transformó la vida. Todos entonces se
sintieron maestros y todos de sí mismo dicen que se sintieron muy orgullosos de
serlo.
Hoy, ya lo hemos dicho, tocan todas las profesiones y
están regados por toda la geografía. Y todos, de una forma u otra, tienen
motivos para seguir adelante. Pero todos somos conscientes que además de la
palabra Nicaragua, hay otra palabra que trajimos de aquel país como signo de
identidad del grupo. Con ella empecé esta historia de locuras, y con ella
quiero finalizar para completar el círculo.
Así, pues, os animo a todos a seguir adelante, y en
nuestra diaria lucha con nuestras cotidianas locuras, seguiremos hasta la victoria
siempre, compañeros.