lunes, 13 de febrero de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: DISENSIONES INTERNAS



Miércoles, 19 de marzo de 1980

Hoy es San José, es miércoles y toca Resochín.
Esta mañana sobre las ocho, hemos tenido una reunión en asamblea de grupo los españoles para tomar una decisión ante la postura de Palomares de ir al Pacífico. Firmamos comprometiéndonos a no ir en tanto no se abriese una lista voluntaria en la que solo se apuntaran los que quisieran ir, sin obligar a nadie.
Luego, sobre las diez, continuamos el Taller, en el que se representó un sociodrama simulado de diálogo con los campesinos.
A las doce nos trasladamos de la UCA a la UNAN donde comimos y estuvimos con María Auxiliadora, la muchacha de Granada que conocimos la semana pasada, a la cual invitamos a la fiesta de mañana por la noche en la Casa de España.
Con María Auxiliadora estaríamos hasta las tres menos cuarto en que volvimos al Taller, donde desde las dos y media estaban en Plenario discutiendo el Manual del Brigadista. Luego, en el propio Taller, se nos impartió una interesante clase de serpientes, a la vista de ejemplares de ofidios, muertos, claro está, que debían de pertenecer a la UCA.
A las seis terminamos el Taller y tuvimos una reunión de ''acuse de recibo" de Palomares; en la que decidimos ratificarnos en sostener la postura de no ir al Pacífico. También en esta reunión se nos informó en la forma en que íbamos a estar organizados en la Cruzada. Iríamos al menos por parejas, a veces tres juntos, pero nunca individualmente; luego sólo podemos alfabetizar en veinticinco zonas de Nicaragua. El departamento de Matagalpa, al que iremos destinados, nos lo han dividido en dos zonas a efectos de ubicación: Matagalpa y Matiguás. Como nos dejaron escoger entre ambas zonas, Paco y yo, que componemos una de las veinticinco parejas formadas, escogimos Matagalpa.
Una vez en casa, escribí a mis gentes de España.


Jueves, 20 de marzo de 1980

A las nueve de la mañana tuvimos una asamblea en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, a donde fui con Matilde y Jesús el de La Rioja. En la asamblea, Palomares se retractó de su postura; concedió la lista abierta voluntaria y quedamos en ir al Pacífico.
Sobre las once de la mañana terminó la asamblea y tuvimos el día libre. Estuvimos en el minimercado de Las Colinas; después comimos en la casa donde se aloja Paco, y por la tarde estuvimos con Ligia de compras en el Centro Comercial Managua y en el Supermercado.

A la hora prefijada nos acercamos a la puerta del establecimiento Mac Donald a esperar a María Auxiliadora, y a otra amiga suya, de nombre Eva María, a las cuales habíamos invitado a cenar a la Casa de España.
La velada se pasó agradablemente, cenando y bailando. Allí nos juntamos un mogollón de gente, todos nosotros y bastantes representantes de las casas donde nos hospedábamos; de mi casa fueron Ángela y Margot y Alina, una vecina hermana de Chico. De casa de Paco fueron las dos familias completas; Mario, donde se hospedaba, su mujer y sus hijas y los papás de Marta Graciela y ésta misma. Como además lleváramos a María Auxiliadora y a Eva María, juntamos un buen núcleo familiar entre los dos, aunque no llegábamos ni por asomo a los dieciocho invitados que llevó Encarna.
Durante la fiesta, Paco estaba más solicitado que un empleo en España, porque las tres mesas que teníamos que atender estaban separadas; por un lado, Mario, Miguel y Marta Graciela, por parte de Paco; por otro lado, Ángela, por parte mía; y en una tercera mesa, María Auxiliadora y Eva María, a las que gentilmente habíamos invitado los dos y a las que no nos ligaban más lazos que una incipiente amistad y la simpatía de conocer que tenía familiares suyos en nuestra tierra.
Como Paco tenga bastante atractivo para las mujeres, involuntariamente (porque, en definitiva, qué culpa tenía él), ocasionó una lucha sorda y silenciosa entre María Auxiliadora y Marta Graciela, por retenerlo; la primera con la ventaja de la edad y la experiencia, y la segunda ayudada por los requerimientos que Mario le hacía a Paco de vez en cuando para atender, no precisamente a él, sino, y bien que Auxi lo notaba, a Marta Graciela. ¡Ay, estas mujeres! ¿Qué decir de ellas?

 Una vez terminada la fiesta, regresamos a nuestros lares.


Grupo de brigadistas cenando.  Madrid 1990



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