Sábado,
5 de abril de 1980
El sábado cinco de abril fuimos a
Pochomil, junto al Pacífico. Ya habíamos descubierto el Mar del Sur en La Boquita y Casares y
ahora pretendimos descubrirlo en una de las playas que más turistas atrae.
Grandes palmeras cobijan con su sombra una extensa superficie de chozas en las
que los turistas descansan fuera del sol tras el delicioso baño. La playa es
enorme y la mar no es profunda, pudiendo penetrar en la bajamar quizá hasta un
centenar de metros mar adentro, andando o nadando, a discreción. Sin embargo,
en la pleamar es peligroso jugar con el agua. Ciertamente en esta zona no hay
acantilados en los que el agua pueda chocar, pero la furia de la pleamar es
idéntica en todos los mares, solo que causa diferente impresión según la
perspectiva. Yo he observado el rugido batiente de las olas del Cantábrico
rompiéndose en los acantilados de Vizcaya y en el faro de Castro Urdiales,
ruido más fuerte y potente que el suave rugir del Mediterráneo en el puerto de
Almería y similar a la ruptura de las olas del Pacífico en los acantilados de La
Boquita y Casares.
Pero también he observado la inofensiva
suavidad marina en las playas de Laredo, en la playa de Almería y en Pochomil.
Y he observado que pese a todo, el mar es imponente en cualquier latitud. Y lo
que impone en la inmensidad del Pacífico es mirar en lontananza allá en el
horizonte y no ver más que agua, agua y mar.
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Playa de Laredo. 2006 |
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