viernes, 30 de marzo de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: SEMBLANZA DE MANAGUA




Domingo, 6 de abril de 1980

"Desolación y pobreza
es lo que a vos te rodea"
(De la canción: "María Rural")

Managua. ¡Qué contraste de sentimientos, de pareceres, de ilusiones y de realidades me recuerda este nombre! ¿Podría a la vista de esta capital, generalizar las capitales de Iberoamérica? No, por cierto. Descubrí la plenitud de Managua bajando por la carretera del Ruta trece, de Ciudad Sandino, Asososca y Jiloá. Managua inmensa. Y en la nocturnidad, -ya las luces iluminaban este gigantesco orbe-, daba la impresión de ser infinita. Y quizá lo fuera. Pero, penetrando en el ambiente, la magnanimidad física del territorio quedaba reducida a una paupérrima miseria casi, casi, general. Ciudad que absorbió para sí la dualidad rival por la capitalidad de las dos ciudades más importantes de Nicaragua, tanto por población como por raigambre histórica -León y Granada-, Managua lleva en sí la maldición geológica de los movimientos sísmicos. El último más grave, que no ha sido ciertamente el último, el de diciembre del 72, ha dejado las huellas patentes en esta, yo diría triste, capital iberoamericana. Tras quince mil muertos, el derrumbamiento del corazón de Managua, y el reloj de la catedral marcando exacta y perennemente la hora de la catástrofe, el seísmo barrió la alegría y sembró la miseria en la capital. Que se lo digan, si no, a los habitantes de Acahualinca, a los barrios cercanos al Puente del Paraisito; paraíso en miniatura, ironía del nombre; (Colonia 14 de Septiembre, Barrio Riguero...), o incluso en zona completamente opuesta, a los habitantes de la zona de Altagracia. ¡Oh, Managua!, tan inmensa y tan triste. Y sin embargo, no todo es miseria en ti. Bien es cierto que la vegetación selvática se ha adueñado de tu centro, respetando el asfalto de las calles e invadiendo las cuadras otrora habitadas. Pero en tu inmensa periferia los modernos barrios residenciales dejan otra semblanza distinta de la capital. Rafaela Herrera, Camino de Oriente e incluso la apartada zona de Las Colinas en la carretera de Masaya, residencia de los distintos cuerpos diplomáticos o de los distintos ciudadanos distinguidos, -irónicamente las siglas de aquellos valen para estos-, dan fe de ello. Pero pese a este resurgimiento lento, paulatino, aún persisten las chabolas eternas de Acahualinca (huellas de un continente que no sabe de evolución); o las semicasitas engañosas -habría que penetrar en su interior- de Riguero, Nicarao, Altagracia, Ciudad Sandino y tantos y tantos barrios de esta Managua, que vista inmensa en la carretera del Jiloá, del Ruta trece, de Ciudad Sandino, (con los muchachos de Quincho en cada esquina), no es más que una ciudad llena de andrajos, de desolación y de miseria.

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