miércoles, 18 de abril de 2012

LA DANZA DE LAS PALABRAS (y 2)





LA DANZA DE LAS PALABRAS (y 2)



Continuación de   La danza de las palabras (1)



          La escritora calla definitivamente, mientras el Escritor sigue rumiando el eco de aquella voz, ¿dónde la había escuchado antes?, y sin darle tiempo a tomar la palabra, se le adelanta otro émulo, reflexionando:
-Es curioso eso de bailar con la felicidad. Generalmente uno no lo sabe hasta después de haberlo hecho. En suma, bailar es la cuestión; la felicidad, la mejor consecuencia, aunque no la única posible.
¿Y éste de qué va? –piensa- ¿Qué es más importante, el baile o la felicidad? ¿La felicidad es la cuestión o la consecuencia? Creo que me estoy liando.
-Tal vez bailar con la felicidad se trate de una suerte de ritual –sigue el novelista rival-, y ello implique acercarse al tiempo esencial, puesto que el rito es el mito en movimiento. Es decir: se trata de reproducir en el presente aquello que sucedió en otro tiempo y otro espacio. Quizás, a bailar con la felicidad estemos condenados y el acto de escribir no sea más que el medio para que se realice la obra.
¿Condenados a bailar? El Escritor sigue sin entender nada, a pesar de que el contendiente también ha callado para siempre. Sigue teniendo la mente en la dueña anterior; ¿de qué le sonaba la voz? ¿la había visto antes en alguna parte?
Absorto en sus pensamientos, no se había dado cuenta de que la claridad ya no entraba por la cristalera, ni de que su hija y su mujer ya hacía tiempo que habían regresado a casa.

El narrador cree que ha llegado el momento de desvelar su secreto, las adustas posaderas del jurado habían desaparecido, y sentía que se encontraba entre iguales:
-Alguien me preguntaba antes por el título de mi relato. La danza de las palabras. Ese es el título. ¿A que suena fantástico? Lleva el significado de lo que quiero transmitir, cala hondo y cruza fronteras. Es en las palabras donde vive la felicidad y a través de ellas manifestamos nuestras emociones.
-No creo que la felicidad viva en las palabras. Ellas son sólo un medio para expresarla. La felicidad reside en nosotros mismos que somos capaces de generarla, sufrirla y gozarla. Y por otro lado: ¿Qué es la felicidad?
Ya tuvo que salir el aguafiestas de turno. Y un tercero también discrepa y se rebela:
-Lo que tú ves como felicidad en las palabras para mí es armonía. Me gusta escribir y que mis palabras suenen a música. Sé cuando un adjetivo, una conjugación o una preposición desentonan. Doy vueltas y releo hasta que detecto aquello que no me deja satisfecho. En síntesis, las palabras podrían ser parte de la felicidad pero nunca la felicidad en sí misma.
-¡Esto no puede seguir así! –grita el Escritor fuera de sí-. Sepan que es mi relato el que ha sido seleccionado, no los vuestros, parias, ni el tuyo, émulo, ni el tuyo, aguafiestas, –va señalando su situación dentro de la sala-, ni el suyo, señora…
El autor calla repentinamente. Ahora recuerda. ¿Cómo no había caído antes?: “Bailé alguna vez con la felicidad sin estar sola, lo hice de un modo extraño y fue desde la escritura” había dicho ella.
-¡Y fue conmigo! –rememora, dirigiéndose a la poetisa-. ¡Claro que bailamos! ¿Dónde fue aquello? Era esa voz que tardé en reconocer, la que me aseveraba: En mi opinión la felicidad vive en las palabras, y solo unos pocos afortunados podemos descubrirla allí. Coincido contigo –continuaste- en que son un medio para expresar la tan preciada felicidad, que para poder transmitirla tienen que tener vida y ¿sabes qué? la señora felicidad tiene un refugio allí. Eso me dijiste. Y de aquel baile tan extraño, jugando entre palabras y con las palabras, soñando de felicidad y con la felicidad, bailando entre adjetivos, preposiciones y adverbios, surgió La danza de las palabras; ese aclamado relato que me tiene aquí entre ustedes –retoma el discurso para la concurrencia- y que la probable falta de rigor del jurado lo ha preferido al vuestro.
-El refugio de la felicidad –prosigue- es una casita de palabras llena de colores, que tiene grises también, y en ese lugar juegan la fantasía y la realidad atravesando las fronteras más imposibles, las dificultades y los logros.

El Escritor sigue gesticulando y declamando solo en su locura para aquella pandilla de novelistas inútiles, ante la hierática mirada de un buda adquirido en un bazar chino, hasta que siente una mano infantil que le da unos golpecitos en la espalda, al tiempo que le advierte:
-Papá: mamá dice que te calmes y vayas a cenar.

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