lunes, 23 de abril de 2012

HISTORIA DE 55 LOCOS MÁS UN ESPÍA




El último fin de semana del pasado mes de noviembre tuvo lugar en Valencia el Cuarto Encuentro de Brigadistas Españoles en Nicaragua. Nuestro compañero Antonio Alcántara dio cumplida cuenta del mismo con la inmediatez que le caracteriza.
Para la ocasión escribí con la colaboración de la también compañera brigadista Encarna Velasco, el siguiente texto, que hoy, Día del Libro, ofrecemos íntegramente a nuestros lectores.



HISTORIA DE 55 LOCOS MÁS UN ESPÍA


Compañeros, buenos días.

¿Quién mejor que yo podría contar la historia de 55 locos maestros? Yo los conozco. Soy uno más. Conviví hace muchos años con ellos durante seis meses. Entonces ya eran raros, extraños, anómalos, excepcionales... Reconozco que yo no era precisamente el más cuerdo. Dejémoslo estar. Esta es su historia:

Algunos dejaron sus trabajos, sus padres, sus parejas y se hicieron 8.513 kilómetros para cruzar el océano que llamamos El Charco, en un DC-10 de Iberia, que tenía por nombre “Costa del Azahar”. Los había de todas las edades, entre los 22 años de los pequeños hasta los 37 de los mayores. Estos, por edad, ya eran veteranos; aquellos, benjamines que acababan de terminar su carrera y se fueron en busca de aventura. Todos, estos y aquellos, están locos.

Y después de 12 horas de viaje llegan casi al centro de la región del Trópico de Cáncer, a un lejano país llamado Nicaragua. Era la estación seca y se encuentran de bruces con temperaturas infernales que contrastaban con los fríos invernales que en su país sufrían apenas 24 horas antes.

Están chalados. Proceden de todos los confines de La Piel de Toro. De los pazos gallegos, de los hórreos asturianos, de los caseríos vascos, de las villas riojanas, navarras y aragonesas, de las masías catalanas, de las barracas valencianas, de las alquerías castellanas, de las quinterías manchegas, de los cortijos extremeños y andaluces, de las cuevas canarias…

En sus maletas llevan quesos manchegos, chorizos segovianos y toda suerte de vinos: ribeiros, sidras, chacolís, riojas, cavas, toros, cigales, moriles, requena-utiel, licores de bellota, garnachas, tempranillos, malvasías, málagas, montillas, valdepeñas, y alguno más que seguramente me dejaré… ¡Qué inocentes! Licores prohibidos, al igual que el guaro, el ron oro, el ron plata o el ron flor de caña de los naturales, y en su ingenuidad no se imaginan que ni agua potable van a poder beber. Ya os digo yo que estaban locos.

Pero tienen que estar seis meses, y tienen que trabajar. Se alojan en la montaña, compartiendo la vivienda, y a veces la habitación, con las familias nicas. Viviendas ubicadas en haciendas que los sandinistas expropiaron a los somocistas, y que estos a su vez habían robado al pueblo.

No están bien de la cabeza. En su trabajo todos empiezan a hacer kilométricas caminatas para visitar a sus brigadistas, y las hacen como si tal, bueno, siempre sudando y luciendo una esquelética figura. Yo los he visto. Allí las distancias se cuentan por horas, y se emplean horas y horas hasta llegar al destino. Unos a caballo y otros a pie las recorren. Por caminos llenos de mosquitos y anofeles, arañas peludas y matacaballos, alacranes, serpientes corales y ofidios sandinistas (de color rojinegro, pequeños y matones). Y a veces su camino se cruzaba con el del ganado, con el de los bueyes echando vaho bajo el nicaragüense sol de encendidos oros, con el de aquellos salvajes toros con chepa que daban respeto. ¿Y qué decir cuando el sol se ponía antes de llegar a casa? La presencia de los animales salvajes se hacía más cercana. Hasta los congos chillones y las luciérnagas de la noche, salidas de entre los árboles de gigantescas alturas, imponían respeto en los estrechos senderos. Están locos de remate. A algunos que siempre habían vivido en ciudad los bosques tropicales les venían grandes. Pero siguen haciendo sus recorridos todos los días para realizar su trabajo y visitar a sus brigadistas.

¿Y que contaros del menú? Era muy variado y totalmente vegetariano: frijoles cocidos, frijoles refritos, enchilado de frijoles, burrito de frijoles, frijoles con chile, gallopinto, o sea, arroz con frijoles... (Y no se me olvida un detalle: Fue cuando nuestra Embajada, en un acto de generosidad, nos entregó unas latas que supuestamente venían de nuestra tierra. En el lote había frijoles, no me lo puedo creer. Otros que también estaban locos). Y todo ello acompañado por la entrañable tortilla de maíz, y el inevitable café. Tomamos muchísimo y riquísimo café. Sin embargo, no habían pasado ni dos meses de estancia y la pérdida de peso ya era sorprendente: “Que tipazo te gastas”, se decían las chicas. “Si mi madre me viera…”, reflexionaban los chicos. Esto es cosa de lunáticos.

Ya os he hablado de la comida. ¿Y qué decir del baño? En todos los lugares era genial: en unos era un bidón lleno de agua y un cazo para cogerla y echártela por encima. En otros, adentrarse en las acequias de los beneficios del café. Los más privilegiados tenían tan buenas duchas que parecían europeos. ¡Qué gozadas de duchas! Eso sí, en casi todos los lugares, ¡a mear a las letrinas! Sigo pensando que están locos.

Después, el regreso. ¡Qué hatajo de locos! Se creían que lo tendrían fácil al volver a su país para encontrar trabajo. Y muy al contrario, todo fueron dificultades: servicios no reconocidos por haberse realizado en el extranjero, oposiciones que no se convocaban, oposiciones que no se aprobaban, oposiciones anuladas, hasta incluso llegaron a conocer el cambio del sistema de oposición, la temible encerrona... Algunos desistieron de la enseñanza, pero todos siguieron adelante. Todos se abrieron camino en sus nuevos trabajos, llevando siempre en sus corazones el recuerdo de los verdes valles de Nicaragua, la furia de sus volcanes y la sonrisa, la bondad y la fina ironía de sus gentes.
  
¿Y qué será de ellos después de 31 años? Me han dicho que por la noche siguen soñando con el mapa de Centroamérica y que se les aparece Sandino en sueños y el Che Guevara fumando puritos nicas fabricados en Estelí; mientras en su día a día son profesionales de todo tipo: empresarios, autónomos, asalariados, comerciales, gerentes de la administración, técnicos municipales, estatales y hasta de la alta velocidad. Los hay que son banqueros, artistas, escritores, especialistas en gente mayor, directores de colegios y... enseñantes (pobrecillos).

Los hay también jubilados. Esos sí que están locos, pero locos de alegría porque ahora pueden dedicarse a “cosillas” para las cuales nunca tuvieron tiempo, como viajar, estudiar, voluntariado, cuidar la huerta... Y como no los perdemos de vista, ya nos hemos fijado: Son todos “pastilleros”. ¡Qué locura!

Aquellos locos de entonces son hoy mujeres y hombres casados, solteros, separados... a los que les emocionan aquellos recuerdos, aquellas vivencias, las amistades y parejas que de allí nacieron.

Creo que llegan al Mediterráneo, a encontrarse con sus compas. Vienen cargados de fotos, cedés, vídeos e historias para contar de aquella época. Siguen estando locos. Y ya no solo ellos. Han contagiado a sus parejas, a sus hijos, a sus amigos. Estos saben que cuando se menciona la palabra “Nicaragua” no hay quien les pare, parecen estar abducidos por ese país.

Pero esta historia no quedaría completa sin hablar de los que se fueron, de aquellos con los que la vida no fue generosa y nos dejaron antes de tiempo, de aquellos de los que ya solo nos queda su recuerdo, siendo consciente de que ellos mejor que nadie podrán contar la historia de 55 locos maestros.
  
Y tampoco quedaría completa sin hablar del anónimo compañero espía, del compañero 56. Nadie lo ha visto, nadie lo conoce, nadie sabe su nombre, su capacidad de transformación debió de ser asombrosa, pero algunos dicen que existe, y que hizo su trabajo en la sombra. Aunque nadie le conozca, le llamaremos el compañero sin rostro.

Y ya no somos 56. Ahora somos más. Hubo mujeres nicas que se casaron con algunos de estos locos y ellas también han enloquecido. Eran dulces y encantadoras como el alegre macuá, el pájaro del dulce encanto; pero, embelesadas y extasiadas, no calcularon la medida del brebaje cuando tendieron sus leves alas de plata, y al atrapar a unos locos, quedaron a su vez atrapadas y sucedió lo inevitable: Se contagiaron de locura, y sus hijos son adorables locos del fuego de ese país.

Y los locos de entonces siguen mal de la cabeza. Yo los he visto. Dicen de ellos que son personas activas, inquietas, desasosegadas, bulliciosas, traviesas. Dicen de ellos que siempre tienen palabras de aliento para los demás. Aquella experiencia les transformó la vida. Todos entonces se sintieron maestros y todos de sí mismo dicen que se sintieron muy orgullosos de serlo.

Hoy, ya lo hemos dicho, tocan todas las profesiones y están regados por toda la geografía. Y todos, de una forma u otra, tienen motivos para seguir adelante. Pero todos somos conscientes que además de la palabra Nicaragua, hay otra palabra que trajimos de aquel país como signo de identidad del grupo. Con ella empecé esta historia de locuras, y con ella quiero finalizar para completar el círculo.

Así, pues, os animo a todos a seguir adelante, y en nuestra diaria lucha con nuestras cotidianas locuras, seguiremos hasta la victoria siempre, compañeros.

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