lunes, 16 de abril de 2012

LA DANZA DE LAS PALABRAS (1)




LA DANZA DE LAS PALABRAS


El Escritor estaba aquella tarde solo en casa. Había encendido la computadora con desgana, mientras su mujer y su hija salieron a jugar al parque como todas las tardes. Antes de ponerse ante la pantalla en blanco, echó una ojeada rutinaria al blog de un concurso por internet en el que participaba, y allí se vio. Su relato, en el que había puesto tantas esperanzas de su realización como narrador, figuraba seleccionado como finalista, entre los más de quinientos presentados.
-Alabado seas Dios Todopoderoso que me alientas siempre por sorpresa en los críticos momentos en los que me va abandonando toda insensata esperanza para volver a creer en mí. Mi relato ha sido seleccionado.
Tras la sorpresa inicial, no sabiendo aún si sería merecedor de premio alguno, paseaba a zancadas por la sala de estar, olvidado por completo de la computadora, del blog, del concurso, de la pantalla en blanco, del relato que tenía en la mente y nunca empezaba, de su mujer, de su hija; dirigiéndose ufano a ese plantel de quinientos escritores fracasados, retirados junto a la pared para dejar paso al genio.
-Deseo deshonestamente mala suerte a los que, como yo, han quedado finalistas, y buena suerte y mucho ánimo a los que no. Sepan que en el fondo todo es relativo y que el que no estén seleccionados sus relatos siempre es achacable a una falta de criterio y de rigor por parte del jurado, pues además de ser un recurso habitual y necesario para alimentar nuestros propios egos, es la pura verdad en la mayoría de los casos.
Sin transición en su discurso, se difuminaron los parias, y alrededor de una mesa junto al ventanal más luminoso, tomaron cuerpo y asiento las adustas ancas de los componentes del jurado benefactor, seguidos de una selección de otros jurados y miembros de la élite literaria que quedaron de pie cerca de los anteriores, sin ocultar la ya escasa luz que penetraba por la ventana, y a los que el Escritor dirigió su perorata:
-Beneméritos jurados de certámenes literarios, editoriales con pieles de oenegés, incomprensibles algoritmos y excelsos galimatías del mayestático mercado editorial, editores hematófagos, chupópteros varios…
El narrador se atranca un breve instante, siente que está desbarrando, que las palabras ya no salen con fluidez y le suenan inoportunas; sus pasos le han llevado de nuevo junto a la mesa de la computadora, y decide finalizar su alegato:
-Al buda que adquirí en el bazar chino, y que tengo junto a mí, pongo por testigo de que si gano, sabré qué hacer con el premio. He dicho.
Una cohorte de literatos marrados volvió a emerger, aplaudiendo la prédica del novel afortunado. Éste no se sorprendió cuando una voz salida de alguno de aquellos aprendices no seleccionados, le aduló:
-Muy buen comentario. La verdad es que si hubiera resultado finalista, tus palabras serían las indicadas para expresar mi alegría.
Al Escritor le parecía que ya había penetrado en su cerebro tan sensata explicación, en alguna lectura antigua. ¿De Sócrates, o Platón tal vez? Pero no tuvo mucho tiempo para reflexionar si realmente había leído aquello. Otra voz preguntaba ya en su cabeza:
-Me gustaría saber el título de tu obra finalista. Yo participé, pero no resulté finalista. Quizás el hecho de no ser seleccionada en esa lista de honor me ha dado las fuerzas necesarias, y una gran inspiración, para seguir escribiendo. Es, en definitiva, aquello que me hace bailar con la felicidad.
El narrador no quiere, todavía, desvelar el título; pero advierte que la conversación se pone interesante por momentos. La escritora continúa:
-Bailar con la felicidad es algo muy difícil de expresar. Solo quienes lo logramos, podemos entenderlo.
El autor observa como quinientas caras se vuelven a escuchar atentamente a la intrusa. Y lo curioso es que su voz le suena.
-Bailar con la felicidad –sigue ella-, es para mí escribir. Es en apariencia una actividad solitaria, pero se llena de vida, de ideas, de personajes, de momentos inolvidables e imborrables. Bailé alguna vez con la felicidad sin estar sola, lo hice de un modo extraño y fue desde la escritura.
La mujerita hace una pausa, y de nuevo intenta retener la atención del literato selecto, y la de aquellos pelagatos frustrados:
-Tal vez pueda explicar ese baile de la siguiente manera: Sucede en un tiempo determinado, real o ficticio. Coincido en ese tiempo esencial, en esa razón escondida que habita en algún rincón de la vida, y un día despierta, percibe un sonido especial y comienza a bailar, tal como lo hacen las palabras cuando empiezan a vivir.

Continuará...

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