Sábado,
12 de abril de 1980
Esta mañana nos ha invitado Danilo, el
responsable comarcal, a visitar la comarca, a lo que hemos aceptado gustosos.
Pero luego se retractó de la invitación y nos dijo que no podíamos ir por no
haber caballos. Partió él solo. Fuimos después con Zenia, la responsable de las
brigadistas, a Wabule a visitar esta hacienda, bien linda junto al río de su
nombre.
Uno de los graves problemas psicológicos
que alteran los nervios del más sereno es el no hacer nada, y lo que es más
grave aún, el no saber qué hacer. Llevamos mes y medio en este país y aún no se
nos ha dado destino definitivo. Dentro de la comarca de El Horno se nos
pretende ubicar en la hacienda San Andrés, a tres o cuatro horas de camino de
la carretera general. En tiempo seco todo se reduciría a polvo, sudor, calor, y
la apetencia de una reconfortante ducha de la que en nuestra residencia actual de
El Horno no disponemos, así como tampoco en la hacienda San Andrés. Allí el río
Wabule sería el destinatario de nuestro polvo, y aquí en El Horno un pilón es
el recipiente de nuestro baño. La hacienda de Wabule, que visitamos por la
mañana, con el río a sus pies, está algo mejor dispuesta, pero para nosotros es
como un paraíso prohibido. Eso en la estación seca, pero ¿y en la estación
húmeda? Pese a saber que tenemos que desarrollar nuestro trabajo en haciendas
perdidas, no queremos estar muy alejados de las vías de comunicación, por lo
que la distancia hasta éstas de la hacienda San Andrés no nos convence, y ello
añadido a que, además, tuvimos algún que otro momento de tensión con Danilo, el
responsable comarcal, por incompatibilidad de pareceres en el modo de realizar
el trabajo y otros asuntos personales, como fue el caso de los bolígrafos
desaparecidos en Semana Santa, fue por lo que pedimos la reubicación.
Por la tarde, con una hija de doña Amada
Serna (la dueña de la casa en que nos hospedamos en El Horno) bajamos a Matagalpa,
pasando por San Ramón, y como ya se va reanudando la vida epistolar con España,
cogí una carta de mi familia. En Matagalpa dormimos en el suelo, junto a la
ventana, en casa de los coordinadores.
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