Jueves,
15 de mayo de 1980
Era mi santo y había que celebrarlo, ¡qué
carajo! Pese a ser jueves bajé a Matagalpa. Llevé a Ada hasta San Ramón, lo que
fue una fortuna pues de esa forma no se encontraría en la hacienda. Le conté a
Lolita los problemas de la hacienda. En Matagalpa recogí el correo, visité a
Karla, que decidió quedarse en la propia Matagalpa, y en una bolsa de Paco que
bajé a intención, subí dos botellas de ron oro. Tuve suerte que en la comisión
de San Ramón, tan curiosos siempre, no se interesaran por el contenido de la
bolsa y que ésta no delatara las formas y el ruido de las botellas. El alcohol
estaba prohibido pero, ¡qué carajo!, era mi santo y quería celebrarlo. Llegué a
la hacienda el mismo día sobre las cinco y cuarto de la tarde, aproximadamente
un cuarto de hora antes de ponerse a llover torrencialmente, por lo que se fue
preparando la cena: el arroz, los frijoles y el café cotidiano, al que
añadíamos una poca de leche en polvo del saco que trajimos el famoso día en que
intentamos subir la cuesta de Yúcul con tanta carga, para hacernos a la idea de
que bebíamos leche.
Después, las felicitaciones y el brindis.
Descorché la primera botella, que bebimos entre todos los que pudimos y
quisimos y después, con las insistencias, descorché la segunda. Bebí el primer
trago en mi honor y abandoné la botella. Me fui a afeitar y aún no había
terminado de este aseo cuando me llevan a beber el segundo trago. Si me
encontré la botella, pero... vacía.
La reunión cotidiana del día en vez de
trabajo fue de diversión. Pero no duró mucho. Las cerillas pasando de mano en
mano -era el juego elegido- terminaban por apagarse, y la ronda de preguntas,
aunque éramos muchos, también se acababan pronto. Entre los que debimos
responder estábamos Marta, Socorro y yo. No recuerdo de alguno más. Y estábamos
en plena ronda de preguntas para Julia cuando sucedió lo inevitable. El ron acumulado
comenzó a hacer efecto, ¡tan pronto!, y Julia, la primera, tuvo vómitos y desmayos.
Paco tuvo que hacer uso de sus aficiones y conocimientos médicos para
rehabilitar a Julia, que deliraba. Lógicamente, la reunión se disolvió y las
muchachas se fueron a acostar. Ruth, perteneciente a la iglesia evangélica que
le prohíbe beber alcohol, y Luz Marina, aquejada de una úlcera de estómago que
la libró del mismo, fueron las únicas que se salvaron, aparte de Paco y de mí,
que no bebimos lo suficiente como para ponernos bolos. Xiomara, al acostarse, chocó su cabeza contra el suelo; Marta, aunque mareada, logró subir la escalera
para dormir en el desván con Luz Marina, que me tuvo que ceder la cama esta noche. Patricia tuvo su hora a las tres de la madrugada, hora a la que llegaron
sus vómitos. Julia, a la que tuvimos que ayudar a acostar, durmió bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario