lunes, 16 de julio de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: LOS EFECTOS DEL RON ORO




Jueves, 15 de mayo de 1980

Era mi santo y había que celebrarlo, ¡qué carajo! Pese a ser jueves bajé a Matagalpa. Llevé a Ada hasta San Ramón, lo que fue una fortuna pues de esa forma no se encontraría en la hacienda. Le conté a Lolita los problemas de la hacienda. En Matagalpa recogí el correo, visité a Karla, que decidió quedarse en la propia Matagalpa, y en una bolsa de Paco que bajé a intención, subí dos botellas de ron oro. Tuve suerte que en la comisión de San Ramón, tan curiosos siempre, no se interesaran por el contenido de la bolsa y que ésta no delatara las formas y el ruido de las botellas. El alcohol estaba prohibido pero, ¡qué carajo!, era mi santo y quería celebrarlo. Llegué a la hacienda el mismo día sobre las cinco y cuarto de la tarde, aproximadamente un cuarto de hora antes de ponerse a llover torrencialmente, por lo que se fue preparando la cena: el arroz, los frijoles y el café cotidiano, al que añadíamos una poca de leche en polvo del saco que trajimos el famoso día en que intentamos subir la cuesta de Yúcul con tanta carga, para hacernos a la idea de que bebíamos leche.
Después, las felicitaciones y el brindis. Descorché la primera botella, que bebimos entre todos los que pudimos y quisimos y después, con las insistencias, descorché la segunda. Bebí el primer trago en mi honor y abandoné la botella. Me fui a afeitar y aún no había terminado de este aseo cuando me llevan a beber el segundo trago. Si me encontré la botella, pero... vacía.
La reunión cotidiana del día en vez de trabajo fue de diversión. Pero no duró mucho. Las cerillas pasando de mano en mano -era el juego elegido- terminaban por apagarse, y la ronda de preguntas, aunque éramos muchos, también se acababan pronto. Entre los que debimos responder estábamos Marta, Socorro y yo. No recuerdo de alguno más. Y estábamos en plena ronda de preguntas para Julia cuando sucedió lo inevitable. El ron acumulado comenzó a hacer efecto, ¡tan pronto!, y Julia, la primera, tuvo vómitos y desmayos. Paco tuvo que hacer uso de sus aficiones y conocimientos médicos para rehabilitar a Julia, que deliraba. Lógicamente, la reunión se disolvió y las muchachas se fueron a acostar. Ruth, perteneciente a la iglesia evangélica que le prohíbe beber alcohol, y Luz Marina, aquejada de una úlcera de estómago que la libró del mismo, fueron las únicas que se salvaron, aparte de Paco y de mí, que no bebimos lo suficiente como para ponernos bolos. Xiomara, al acostarse, chocó su cabeza contra el suelo; Marta, aunque mareada, logró subir la escalera para dormir en el desván con Luz Marina, que me tuvo que ceder la cama esta noche. Patricia tuvo su hora a las tres de la madrugada, hora a la que llegaron sus vómitos. Julia, a la que tuvimos que ayudar a acostar, durmió bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario