Sábado,
17 de mayo de 1980
Nos levantamos a las seis de la mañana
para asistir en Matagalpa a una reunión que teníamos programada los españoles
para las nueve de la mañana. Llevamos a Luz Marina a San Ramón donde le dieron
carta blanca para ir a Managua a buscar una constancia de su enfermedad. En el
trayecto de Santa Celia a Yúcul se enfadó con Paco porque no le llevó la
mochila.
A la reunión de Matagalpa asistimos más
de treinta compañeros, el orden del día y los correspondientes acuerdos,
fueron:
1) Reconocimiento de servicios.
2) Estelí.
3) Camioneta de viajes.
4) Comida.
5) Permisos.
6) Correo.
7) Problemas de zonas y sueldos.
8) Coordinadores.
9) Vuelta a España.
Los acuerdos (1) fueron:
1) Pedir la interinidad, a ser posible en
la provincia, enviando tres cartas, al embajador, a Palomares y directamente al
MEC.
2) Solicitar un médico en Matagalpa.
3) Enterarse de quién paga el piso de los
coordinadores y qué pasa con la camioneta.
4) No se trató.
5) El permiso pedirlo en la comisión.
6) Respecto al correo que manden las
cartas el jueves al municipio.
7) Se expusieron problemas de zonas, no
se trató de sueldos.
8) Respecto a los coordinadores, Andrés
Fernández se encargaría de hacer un informe de ellos.
9) Respecto a la vuelta a España, que se
abriera un plazo libre de un mes.
Se informó también que al canario le
habían "sancionado" (2) los coordinadores españoles por: negociar personalmente
con ANDEN su ubicación, no pagar la plastificación del carné, no presentar
informes a los coordinadores españoles, no asistir a las reuniones, salir del
departamento sin permiso (para asistir a una conferencia sobre ecología y medio
ambiente en Managua).
Se quedó en realizar una próxima reunión
el día siete de junio a las nueve de la mañana en el mismo lugar.
Uno de nuestros compañeros (3) dio en esta
reunión sus célebres tres sentencias lapidarias: Tu tumba está aquí enclavada.
El panteón está construyéndose. Decididamente, aquí está vuestro panteón.
Comimos en el Royal Luis, Pepe, Sagrario,
Ramón, Paco y yo.
Por la tarde fuimos a hacer varias
compras y a ver a Karla a casa de su tía, y después fuimos a Los Pinares con don
Enrique Oliú, reconocido sandinista en cuya hacienda, Los Pinares, se
albergaban Pepe y Luis.
A Yúcul subimos a horas tales que el
trayecto Yúcul Santa Celia lo realizamos de noche. En Matagalpa seguimos enterándonos
de los percances que a los españoles les sucedían, de brujos, micos,
devoradores de hormigas, parapsicólogos, etc.
Lógicamente ver la decadencia total me
produjo una profunda decepción. Hay que aguantar el tipo y no caer en los
mismos problemas que los demás. No sé si lo conseguiremos.
Esta noche, pues, tras dejar a Luis y
Pepe en Los Pinares, subimos con una linterna prestada. La oscuridad era total.
Las anécdotas del día aún estaban grabadas y veíamos micos, brujos, salteadores
de caminos, mores y contrarrevolucionarios por todas partes. Sólo los caballitos
del diablo se atrevían a romper la profunda oscuridad de la noche, aparte de
nuestra linterna. Si la primera noche que nos adentramos en la selva fue
similar, sentí placer por ser la primera y además había luna. Ahora, no.
Estamos comenzando la estación del fango y el cielo tiende a presentar otro
aspecto. En primer lugar a ocultar la luna. En segundo término a favorecer las
actividades de la contra, amparándose en la oscurana, y el tercer aspecto era
para atormentar nuestro espíritu.
Afortunadamente, en vez de tres lentas brigadistas,
el acompañante era Paco, que si bien nada de seguridad podía ofrecerme ante las
balas, al menos presume de ser ducho en artes marciales y anda deprisa, por lo
que el tiempo lo rebajamos de la hora. Lo intempestivo de la hora, la falta de
luz lunar y la amenaza meteorológica de la lluvia, aparte de la nunca sabida
amenaza humana que se presumía, hizo que batiéramos el récord en el recorrido a
pie hasta Santa Celia desde Yúcul.
Pero lo recorrí con miedo. Miedo a todo;
todo estaba compaginado para ir adversamente hacia nosotros. Hasta en la
hacienda, en el portón de entrada, nos echó el alto el miliciano de guardia, lo
que fue un nuevo sobresalto, otro más que añadir al temor de nuestro propio
ruido al taconear el suelo del ofídico sendero o el ruido de los criques al
caer de la quebradita, o el sobresalto de una luciérnaga que de repente rompe
la oscurana de la noche. Temor, temor, miedo de la noche tropical.
En la hacienda, cuando llegamos, sólo
estaba Ruth, porque las demás, al parecer, se encuentran de fiesta en Santa
Marta.
Como viene siendo ya habitual, Julia me
lavó la ropa; y a destacar que el almíbar de un bote de piña que comí debió de
sentarme mal, pues me tuve que levantar dos veces en la noche.
Notas:
(1) Los acuerdos que tomábamos en aquellas circunstancias, visto en perspectiva histórica, eran utópicos. Quién esto escribe jamás se enteró si se enviaron las cartas acordadas y, en caso positivo, por quién; quién pagaba el piso de los coordinadores, y si nuestro compañero Andrés llegó a realizar informe alguno sobre nuestros coordinadores, por citar los tres temas más delicados.
(2) Tampoco aquí supe nunca en qué consistió la "sanción".
(3) Aunque en mi Diario original consta su identidad, no me parece procedente aún hacerlo público.
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