lunes, 23 de julio de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: TRES SENTENCIAS LAPIDARIAS




Sábado, 17 de mayo de 1980

Nos levantamos a las seis de la mañana para asistir en Matagalpa a una reunión que teníamos programada los españoles para las nueve de la mañana. Llevamos a Luz Marina a San Ramón donde le dieron carta blanca para ir a Managua a buscar una constancia de su enfermedad. En el trayecto de Santa Celia a Yúcul se enfadó con Paco porque no le llevó la mochila.
A la reunión de Matagalpa asistimos más de treinta compañeros, el orden del día y los correspondientes acuerdos, fueron:
1) Reconocimiento de servicios.
2) Estelí.
3) Camioneta de viajes.
4) Comida.
5) Permisos.
6) Correo.
7) Problemas de zonas y sueldos.
8) Coordinadores.
9) Vuelta a España.

Los acuerdos (1) fueron:
1) Pedir la interinidad, a ser posible en la provincia, enviando tres cartas, al embajador, a Palomares y directamente al MEC.
2) Solicitar un médico en Matagalpa.
3) Enterarse de quién paga el piso de los coordinadores y qué pasa con la camioneta.
4) No se trató.
5) El permiso pedirlo en la comisión.
6) Respecto al correo que manden las cartas el jueves al municipio.
7) Se expusieron problemas de zonas, no se trató de sueldos.
8) Respecto a los coordinadores, Andrés Fernández se encargaría de hacer un informe de ellos.
9) Respecto a la vuelta a España, que se abriera un plazo libre de un mes.
Se informó también que al canario le habían "sancionado" (2) los coordinadores españoles por: negociar personalmente con ANDEN su ubicación, no pagar la plastificación del carné, no presentar informes a los coordinadores españoles, no asistir a las reuniones, salir del departamento sin permiso (para asistir a una conferencia sobre ecología y medio ambiente en Managua).
Se quedó en realizar una próxima reunión el día siete de junio a las nueve de la mañana en el mismo lugar.
Uno de nuestros compañeros (3) dio en esta reunión sus célebres tres sentencias lapidarias: Tu tumba está aquí enclavada. El panteón está construyéndose. Decididamente, aquí está vuestro panteón.
Comimos en el Royal Luis, Pepe, Sagrario, Ramón, Paco y yo.
Por la tarde fuimos a hacer varias compras y a ver a Karla a casa de su tía, y después fuimos a Los Pinares con don Enrique Oliú, reconocido sandinista en cuya hacienda, Los Pinares, se albergaban Pepe y Luis.
A Yúcul subimos a horas tales que el trayecto Yúcul Santa Celia lo realizamos de noche. En Matagalpa seguimos enterándonos de los percances que a los españoles les sucedían, de brujos, micos, devoradores de hormigas, parapsicólogos, etc.
Lógicamente ver la decadencia total me produjo una profunda decepción. Hay que aguantar el tipo y no caer en los mismos problemas que los demás. No sé si lo conseguiremos.

Esta noche, pues, tras dejar a Luis y Pepe en Los Pinares, subimos con una linterna prestada. La oscuridad era total. Las anécdotas del día aún estaban grabadas y veíamos micos, brujos, salteadores de caminos, mores y contrarrevolucionarios por todas partes. Sólo los caballitos del diablo se atrevían a romper la profunda oscuridad de la noche, aparte de nuestra linterna. Si la primera noche que nos adentramos en la selva fue similar, sentí placer por ser la primera y además había luna. Ahora, no. Estamos comenzando la estación del fango y el cielo tiende a presentar otro aspecto. En primer lugar a ocultar la luna. En segundo término a favorecer las actividades de la contra, amparándose en la oscurana, y el tercer aspecto era para atormentar nuestro espíritu.
Afortunadamente, en vez de tres lentas brigadistas, el acompañante era Paco, que si bien nada de seguridad podía ofrecerme ante las balas, al menos presume de ser ducho en artes marciales y anda deprisa, por lo que el tiempo lo rebajamos de la hora. Lo intempestivo de la hora, la falta de luz lunar y la amenaza meteorológica de la lluvia, aparte de la nunca sabida amenaza humana que se presumía, hizo que batiéramos el récord en el recorrido a pie hasta Santa Celia desde Yúcul.
Pero lo recorrí con miedo. Miedo a todo; todo estaba compaginado para ir adversamente hacia nosotros. Hasta en la hacienda, en el portón de entrada, nos echó el alto el miliciano de guardia, lo que fue un nuevo sobresalto, otro más que añadir al temor de nuestro propio ruido al taconear el suelo del ofídico sendero o el ruido de los criques al caer de la quebradita, o el sobresalto de una luciérnaga que de repente rompe la oscurana de la noche. Temor, temor, miedo de la noche tropical.

En la hacienda, cuando llegamos, sólo estaba Ruth, porque las demás, al parecer, se encuentran de fiesta en Santa Marta.
Como viene siendo ya habitual, Julia me lavó la ropa; y a destacar que el almíbar de un bote de piña que comí debió de sentarme mal, pues me tuve que levantar dos veces en la noche.

Notas:
(1) Los acuerdos que tomábamos en aquellas circunstancias, visto en perspectiva histórica, eran utópicos. Quién esto escribe jamás se enteró si se enviaron las cartas acordadas y, en caso positivo, por quién;  quién pagaba el piso de los coordinadores, y si nuestro compañero Andrés llegó a realizar informe alguno sobre nuestros coordinadores, por citar los tres temas más delicados.
(2) Tampoco aquí supe nunca en qué consistió la "sanción".
(3) Aunque en mi Diario original consta su identidad, no me parece procedente aún hacerlo público.



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