Martes,
10 de junio de 1980
Cuando parecía que todo había terminado,
vemos que no es así. Aún los espíritus siguen pendientes de nosotros y
recordándonos citas pendientes y promesas incumplidas. La mesa volvió a moverse
sin intervención humana. Me pregunto hasta cuándo, porque de lo que no tengo en
modo alguno son intenciones de realizar una nueva tabla para comunicarnos con
el destino. Bastante he sufrido ya a costa de ello.
Nos fuimos después a San Ramón a una
reunión de españoles, de los coordinadores solo llegó Mercedes, trayéndome cartas
de España, y yo le di las que tenía de Antonio Alcántara. Ruth y Patricia nos
acompañaron; pues iban al médico de San Ramón, Ruth por problemas del estómago
y Patricia por problemas del periodo.
En la reunión se trató fundamentalmente
del guaro, de las fiestas, del rendimiento en el trabajo y de la campaña
antiespañola que se estaba montando.
Como sucede en casi todas las actividades
de la vida, en el río revuelto nos meten en el mismo saco a justos y pecadores,
por lo que habrá que atemperar con lo venga y estar a las duras y a las
maduras.
Comimos en La Cabaña con los de Yúcul,
y cargamos unas pocas de latas de comida.
De regreso, en Yúcul, cargamos material y
subimos para Santa Celia. Paco iba a la par de Ruth y Patricia; yo, como iban
despacio, no los esperé porque el cielo amenazaba con descargar. No obstante,
mis esfuerzos también resultaron vanos y nos pusimos, yo también, como una
sopa, chorreando agua por todas partes. Llegué sobre las cinco y veinticinco a
la hacienda y ellos un poco más tarde, literalmente empapados; hube, por tanto, que cambiarme la ropa, y tuvimos después reunión con el objeto de repartir el
material.
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