viernes, 25 de enero de 2013

DIARIO DE UN BRIGADISTA: APRENDIENDO DEL MANDADOR




Viernes, 18 de julio de 1980

Hoy ya no es fiesta en España. La guerra en mi país, afortunadamente, ya pertenece a la historia; y no hay indicios de que vuelva a ser noticia. Si acaso los continuos atentados de ETA hacen prever esa posibilidad, pero espero que sea inviable. Es preferible marchar por el camino del diálogo que por el camino de las armas. Por eso compadezco a Nicaragua; pero por otra parte estoy teniendo la fortuna, si fortuna puede llamarse, de vivir en una situación similar a la España de la posguerra; y de esa forma comprender un poco más la reciente historia de España y la mentalidad de dos generaciones que me preceden.
Pero aún existe en mi país otra guerra, que aunque incruenta es trágica, y afecta a una buena parte de la sociedad; me afectó a mí antes del uno de marzo, y me afectará, por desgracia, a partir de septiembre. Es la guerra social del paro. Así esta mañana, en casa de los coordinadores, hojeando un Faro de Vigo de mediados de junio, me enteré que la población activa de España estaba cifrada en mayo en la cantidad de trece millones ciento cincuenta y cinco mil ciento setenta personas; de las cuales estaban en paro un millón doscientas cuarenta y una mil novecientas veintinueve personas, cifra que representa el nueve coma cuatro por ciento del total.
Compramos después potitos y desayunamos. Nos encontramos después con Lolita, de la comisión de San Ramón, que nos llevó a la librería Fátima donde Paco compró rotuladores, mientras yo fui a la tienda de la familia Largaespada, la que nos acogió en el ya lejano marzo, a comprar banderas, y en una tienda al lado de la librería compré galletas.
Nos fuimos después con Lolita a San Ramón.
Dada mi especialidad profesional, diplomado en Ciencias Humanas, me gusta la historia y la geografía y no pierdo detalle de cuanto pueda afectar al conocimiento de la tierra en que vivo y que humildemente me acoge en su seno. Así, en San Ramón, por los mapas expuestos en la Comisión, me enteré que Santa Celia está situada entre mil sesenta y mil ochenta metros de altitud sobre el nivel del mar, y a doce grados cincuenta y seis minutos de latitud norte; Santa Marta baja a situarse entre los mil y los mil veinte metros de altitud y asciende un minuto de latitud. La longitud de ambas es la misma: ochenta y cinco grados cuarenta y seis minutos de longitud oeste.
Con Lolita y Brenda nos acercamos a Yúcul, donde tuvieron una reunión con los brigadistas. Cuando terminó la reunión, sobre la una de la tarde, comimos en Yúcul y subimos después a Santa Celia, donde se encontraba Luz Marina, que no había bajado al acto que se celebraba esta tarde en la escuela de Yúcul.
Estuve después dialogando con don Daniel, el mandador, que me proporcionó datos sobre el cultivo del café. Me dice que para que salga una libra de café oro se necesitan dos libras de pulpa o cuatro libras cortadas del palo. También me informa que la madera de roble, de la que está construida el beneficio, no se produce en esta zona, sino que la traen desde Piedras Blancas, en Matagalpa; y que los beneficios también se construyen con madera de pochote y de níspero. En cambio, los troncos que sostienen el canal de conducción de agua son de nogal. La madera de esta zona, sigue informándome, no es apta para la construcción, porque el clima es húmedo. Este año el invierno viene trastocado, pero generalmente en esta zona llueve once meses al año.
El nivel de vida del campesinado es pésimo; no pueden soñar en ahorrar. Un obrero gana veinticinco pesos diarios, más que con Somoza, pero debido a como sube la vida, no tiene prácticamente para nada. Con veinticinco pesos compraría: un litro de aceite (quince pesos); una libra de arroz (cuatro pesos); una libra de frijoles (cuatro pesos); y con la libra de maíz (tres pesos y medio) ya se pasa del sueldo, y solo he mencionado los alimentos básicos. La carestía de la vida, me cuenta, comenzó a darse desde el terremoto para acá (desde diciembre del setenta y dos, entonces).
El café lo muelen bien en molinillos harineros, bien en una especie de embudo, machacando a estilo mortero.
Fue una grata tarde ésta en que he penetrado en el alma popular del campesinado nicaragüense.
Cuando sobre las seis de la tarde llegaron las muchachas de Yúcul, cené y después estuve jugando con Julia, Luz Marina y Marta, hasta que sobre las diez menos cuarto de la noche me retiré a reponer energías con el sueño.


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