miércoles, 18 de enero de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: NUEVA VISITA AL VOLCÁN MASAYA



Jueves, 13 de marzo de 1980

Esta mañana a primerísima hora volvía a tener contacto con España a través de cartas sin respuesta.
Seguimos en la UNAN, donde nos impartieron dos charlas y comimos por tercer día consecutivo. Allí, en el comedor de la UNAN conocimos a María Auxiliadora, una granadina de América que tenía familiares en la Salamanca nuestra. Llevamos comiendo tres días en el comedor de la Universidad cuando hoy llegó una muchacha de unos treinta años, con la tez morena, fuerte, robusta y algo tímida hasta que comenzó. Nos confesó que los días atrás nos había estado observando pero que no se atrevía a hablarnos. Suponía que éramos de Salamanca porque Paco llevaba siempre un jersey con el escudo de nuestra Universidad y, lógicamente, con el nombre de nuestra provincia. Ella era profesora en la UNAN, y su familia estaba repartida desde la guerra por varios países de América. También en España tenía familiares, no sé en qué grado. Y precisamente en Salamanca. Quedamos en qué algún día la visitaríamos, pues le gustaría hacer amistad con nosotros; por lo que concretamos las direcciones y quedamos en vernos más veces en Nicaragua.

En la tarde si contemplé, por cierto, el cráter del San Pedro, un "pequeño" pozo en forma de embudo, de seiscientos metros de profundidad. Ignoro el diámetro, pero no es precisamente una yarda. Porque la vista engaña, y si no te riges por las leyes físicas, todo es una ilusión óptica. Para mirar el fondo sin que dé vértigo es aconsejable tumbarte en la tierra. Con paredes tan verticales cualquiera apostaría por una caída "tonta" en un vacío de seiscientos metros. Puedes coger el cronómetro, lanzar con fuerza una piedra y calcular su profundidad. Pero es inútil. Cuando la ilusión óptica calcula que llegará al abismo, la ves chocar contra las paredes del volcán. La caída "tonta" se reduciría a un destripamiento en estas paredes aparentemente verticales. Por eso, físicamente deduzco que tiene forma de embudo; en cuanto al diámetro, ¿cuántos metros tiene? ¿cincuenta, cien, tal vez doscientos? Me niego a calcular porque francamente no sé. Y no sé, porque contemplando el cráter del Nindirí, descubierto por Fray Blas del Castillo en 1538, cráter que aún conserva, perenne, el humo resultante de una perpetua ebullición, fui víctima de una ilusión óptica. ¿Cuántos metros podía tener, allá en el fondo, el diámetro del cráter? ¿ocho, diez, tal vez veinte? Y, sin embargo, las lápidas te anuncian tu error: "Mirador Boca del Infierno. Diámetro: 80 metros. Profundidad: 110 metros". ¿Sería posible?
Nindirí, Santiago, San Pedro, Popogatepe, volcanes de una cuarentena que forman la totalidad de esta Nicaragua volcánica, y que en el complejo volcánico del Masaya sólo veis profanado vuestro paisaje por la carretera de acceso y los distintos carteles anunciadores de los años de la lava sedimentada, que sacasteis de otras tantas erupciones.
En el trayecto, Etelvina, nuestra guía turística, nos habló de un árbol existente en el parque y que asemeja forma humana, llamado jiñocuabo.
Cuando sobre las cuatro post meridiano llegamos de regreso a la UNAN, tuvimos una mesa redonda y nos estuvimos sacando fotos.
Como aún era pronto, estuvimos el grupo de los castellanos contando chistes, mientras el resto de compañeros se agrupaban a su modo por sectores, hasta que, llegada la hora, nos repartieron a nuestros domicilios.


En la UNAN, con la guía turística. 1980.


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