Domingo,
9 de marzo de 1980
Este domingo ha sido el día que más he
madrugado. Aún no había despuntado el alba y las estrellas aún brillaban en el
firmamento, por lo que recordé las mañanitas estivales de mi infancia cuando
con mis padres iba a trabajar nuestra hacienda en el indómito terruño de
nuestros campos.
Hoy también iba a trabajar en el verano nica. La economía está
en crisis y se hace preciso levantar el país a base de los denominados domingos
sandinistas; domingos de trabajo voluntario en los que la población acude a
trabajar en la recogida del algodón por el mismo jornal que les darían si
permanecieran plácidamente en el lecho, es decir, gratis. Las haciendas
confiscadas a Somoza y allegados suman muchos miles de manzanas, más de la
mitad del país; en ellas, ahora propiedad del Estado, es donde se celebran
estos domingos sandinistas.
Nosotros llegamos a la hacienda La
Carolina, en la carretera de Tipitapa, sobre Cofradía; y allí gocé de la
experiencia nueva de la recogida del algodón. Varios centenares de personas nos
congregamos en el algodonal y con el saco atado al cinto y el sombrero bien
calado comenzamos la tarea. Íbamos por un valle recogiendo dos surcos a la vez.
El calor tropical pende sobre nuestras cabezas, acrecentado más por la falta de
aire, que no corre entre el algodonal. A medida que avanza la mañana hemos de
levantar la cabeza fuera de la altura del algodón para que el escaso aire que corra
refresque nuestros rostros.
Sobre el mediodía tropical abandonamos el
trabajo después de haber llenado un par de sacos de bolas blancas, de algodón
en rama. Con agua, plátanos y sandías refrescamos nuestras bocas resecas y
descansamos a la sombra de la vivienda de la hacienda. Unos antes y otros
después, todos vamos abandonando el trabajo, y allí en la hacienda quedan una
nueva experiencia y varios centenares de sacos llenos de copos blancos
recogidos por un valor de cero jornales y que puestos en venta representarán
varios miles de pesos que ayudarán a no ser tan gravoso el déficit de la
economía nicaragüense.
Porque aunque Nicaragua es un país con
enormes recursos naturales, la dictadura, la guerra civil y la crisis
internacional de la economía la han reducido a la miseria. Y por algo hay que
empezar la recuperación. Por ello la solidaridad internacional de la que
nosotros formábamos parte debíamos de cooperar, y por cierto que lo hicimos.
Después, comimos junto al río Tipitapa, y por la tarde, ya en casa, nos ganamos
un merecido descanso.
Tras la reconfortante ducha estuve
leyendo un libro de poemas titulado “In Extremis”, del autor nicaragüense
Guillermo Menocal Gómez; pero como consecuencia del madrugón de esta mañana no
me aprovechó su lectura a causa del sueño, por lo que a las cinco de la tarde
me acosté una hora, hasta las seis; luego, repuesto del sueño, estuve
platicando con Ángela hasta las nueve aproximadamente, en que, ya noche cerrada,
pusimos fin al día.
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Recogiendo frijoles. 2009 |
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