Sábado,
3 de mayo de 1980
Los viajes parecen ser algo
inherente a nuestra misión. Nosotros, en cierto modo hemos tenido suerte (o tal vez no, según se mire), en el
sentido de que nuestra labor pedagógica la tenemos que desarrollar en tan solo
dos haciendas, distantes entre sí unos veinte minutos de camino. Aquí las
distancias se miden en unidades de tiempo, en una especie de sinestesia
consagrada. Las haciendas, pues, nos proporcionan una población concentrada, en
contraposición con los caseríos y haciendas mínimas en las que para conseguir
un número idóneo de alfabetizandos hay que recorrer haciendas y haciendas,
kilómetros y más kilómetros y minutos y más minutos. Nosotros en ese aspecto
hemos tenido suerte (o desgracia, según se mire).
Sin embargo, no por ello nos privamos de
los viajes, que por otra parte, casi son necesarios.
Hoy, hacia las nueve de la mañana bajé a Matagalpa,
donde me encontré con Luis y Pepe el gallego, los compañeros de Yúcul; subimos a casa de los
coordinadores donde recogimos el cordón umbilical que nos unía a la madre
patria: el correo.
Comimos en Los Pinchitos, después
nuevamente en casa de los coordinadores donde dialogamos con Eloy Medel y Andrés, el
de Guadalajara. Estos se fueron, yo compré una libra de carne por diez pesos, y
en el autobús regresamos a San Ramón.
Ada y Julia se encontraban en este pueblo
haciendo raid, justo cuando llegamos nosotros lo consiguieron y ya juntos
subimos a Santa Celia. En el trayecto, un mono que denominan congo comenzó a
chillar, y Ada se fue en un caballo con un campesino de Santa Marta, que
apareció de entre el bosque. Julia y yo continuamos el trayecto andando.
Hoy nos han enviado una nueva brigadista,
la compañera Karen Zúñiga, y por la noche, como ya es casi costumbre, tuvimos
reunión, de contenido pedagógico, político y sociológico.
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