Domingo,
4 de mayo de 1980
Cuando esta mañana me levanté sobre las
ocho, se encontraba sólo Julia en casa. Las demás brigadistas, al parecer, han
ido a trabajar con el campesinado a ayudarles a llenar bolsas de tierra para
plantar café. Como yo no me encontrara pletórico de salud, me acosté con el
ánimo de reponer energías.
Por la tarde se puso enferma Ivania, con
fuertes dolores en la pierna quebrada y desmayos. En contraposición con la
intransigencia de la
Juventud Sandinista , ahora la solidaridad campesina es
unánime.
El pasado primero de mayo, con la rotura
reciente hay simples dolores primarios sin más, pero los dolores se acrecientan
más tarde cuando los vehículos ya faltan. ¿Qué hacer? Frecuentes desmayos
seguidos de ayes de dolor calmados por otras dos solícitas brigadistas. La
solidaridad campesina, advertida del caso, es unánime, y mientras un campesino
corre con una caballería hasta el camino de La Lima, el resto improvisa una
camilla con una simple hamaca donde la transportan a hombros hasta que a tres o
cuatro kilómetros del punto de origen nos encontramos con la camioneta que el
campesino logró adquirir. Se la acomoda en la misma y mientras el campesinado
vuelve hacia la hacienda nosotros vamos camino del hospital.
Cuando la curan, aquí también todo es
rápido, regresamos de nuevo a la hacienda. Ada y Karla nos acompañan. En sendos
raids nos trasladan de Matagalpa a San Ramón el primero, y de aquí a Yúcul el
segundo, siendo ya noche cerrada. Este segundo trayecto tuvo un molesto
incidente, pues en el camión que nos transportaba un individuo joven estaba
molestando a un brigadista de los destinados en Yúcul; el chofer, que advirtió
el percance, detuvo el camión y obligó a bajar al individuo a punta de pistola.
Yo no me percaté del incidente inicial, de la provocación, digamos, cuando el
chofer bajó los varones apoyaban al chofer, algunas mujeres se pusieron a
gritar como histéricas, y yo, sorprendido, observé el incidente con curiosidad.
Era la primera vez que veía actuar en serio a una pistola, y aunque
afortunadamente no se disparara no deja de tener su encanto esta cruel
realidad. Por desgracia, en Nicaragua aún siguen imponiendo su ley las armas.
Ojalá llegue pronto el día en que se apague definitivamente el sórdido eco de
los fusiles y arda perennemente la luz de la razón.
En Yúcul pernoctamos. Ivania aún
escayolada, el incidente de pocos minutos antes y el miedo a la noche lo
aconsejaron. Ya vendría la claridad del día.
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