Lunes,
26 de mayo de 1980
Cuando llegó Jesús Paz con la camioneta,
Rafa y Enrique nos llevaron a diez miembros de la misión a San Ramón, donde se
celebraba el I Congreso Municipal de Alfabetización “Georgino Andrade”, que
comenzó sobre las once de la mañana y tenía previsto durar dos días.
Es frecuente, típico, normal, que las
brigadas, escuadras, células, congresos y todo lo que signifique cooperación o
agrupación de varios miembros para un fin común lleven el nombre de un héroe o
mártir por la liberación de Nicaragua. Ya la Cruzada , en su intento,
supongo, de aglutinar a todos los anónimos combatientes caídos en el campo de
batalla, se denomina “Héroes y Mártires por la Liberación de
Nicaragua”. Los demás; minuciosos y pormenorizados llevan el nombre individual
de algún combatiente relacionado por amistad, vecindad, compañerismo o alguna
otra causa con algún miembro de la propia célula, escuadra o brigada en que se
encuentre. Nuestra escuadra responde al nombre del mártir español Gaspar García
Laviana, caído en Río San Juan.
El Congreso que ahora nos ocupa lleva el
nombre de Georgino Andrade Rivera, primer brigadista muerto, no será el último,
supongo, en la lucha contra el analfabetismo en el norte de Nicaragua, en la
peligrosa zona de la frontera con Honduras. Georgino fue el primero y por ende
a él le correspondía el honor de dar su nombre a los Congresos de
Alfabetización, para que su sangre derramada por la libertad de Nicaragua y por
el renacimiento de la cultura no sea estéril.
Hicimos un alto en la sesión sobre la
una, y los españoles por una vez puntuales nosotros, comimos a las dos, y nos
presentamos de nuevo a la sesión a las dos y media de la tarde. Llovió. Como no
me sintiera pletórico de salud, y ésta se me resintiera, a las tres y media de
la tarde pedí permiso a los organizadores para retirarme de la sesión, que me
fue concedido. Subí a Santa Celia en el mismo camión del INRA en que bajara
ayer a Matagalpa. Pasamos por El Cantón, y como la lluvia persistiera y no
teníamos donde cobijarnos dentro del camión, nos mojamos bastante. De El Cantón
a Santa Celia el camino estaba en pésimas condiciones y hubieron de ponerle
cadenas a las ruedas del camión. La niebla se echó encima y no se veía apenas.
Llegamos a Santa Celia a las siete de la noche, después de más de tres horas de
camino. Tomé una taza de café con una aspirina, me mudé y me acosté. Las
enfermedades hay que intentar erradicarlas y procurar conservar la salud. Y en
ese intento, ahora que estoy enfermo, me hallo.
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