viernes, 7 de septiembre de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: CON PROBLEMAS DE SALUD




Lunes, 26 de mayo de 1980

Cuando llegó Jesús Paz con la camioneta, Rafa y Enrique nos llevaron a diez miembros de la misión a San Ramón, donde se celebraba el I Congreso Municipal de Alfabetización “Georgino Andrade”, que comenzó sobre las once de la mañana y tenía previsto durar dos días.
Es frecuente, típico, normal, que las brigadas, escuadras, células, congresos y todo lo que signifique cooperación o agrupación de varios miembros para un fin común lleven el nombre de un héroe o mártir por la liberación de Nicaragua. Ya la Cruzada, en su intento, supongo, de aglutinar a todos los anónimos combatientes caídos en el campo de batalla, se denomina “Héroes y Mártires por la Liberación de Nicaragua”. Los demás; minuciosos y pormenorizados llevan el nombre individual de algún combatiente relacionado por amistad, vecindad, compañerismo o alguna otra causa con algún miembro de la propia célula, escuadra o brigada en que se encuentre. Nuestra escuadra responde al nombre del mártir español Gaspar García Laviana, caído en Río San Juan.
El Congreso que ahora nos ocupa lleva el nombre de Georgino Andrade Rivera, primer brigadista muerto, no será el último, supongo, en la lucha contra el analfabetismo en el norte de Nicaragua, en la peligrosa zona de la frontera con Honduras. Georgino fue el primero y por ende a él le correspondía el honor de dar su nombre a los Congresos de Alfabetización, para que su sangre derramada por la libertad de Nicaragua y por el renacimiento de la cultura no sea estéril.
Hicimos un alto en la sesión sobre la una, y los españoles por una vez puntuales nosotros, comimos a las dos, y nos presentamos de nuevo a la sesión a las dos y media de la tarde. Llovió. Como no me sintiera pletórico de salud, y ésta se me resintiera, a las tres y media de la tarde pedí permiso a los organizadores para retirarme de la sesión, que me fue concedido. Subí a Santa Celia en el mismo camión del INRA en que bajara ayer a Matagalpa. Pasamos por El Cantón, y como la lluvia persistiera y no teníamos donde cobijarnos dentro del camión, nos mojamos bastante. De El Cantón a Santa Celia el camino estaba en pésimas condiciones y hubieron de ponerle cadenas a las ruedas del camión. La niebla se echó encima y no se veía apenas. Llegamos a Santa Celia a las siete de la noche, después de más de tres horas de camino. Tomé una taza de café con una aspirina, me mudé y me acosté. Las enfermedades hay que intentar erradicarlas y procurar conservar la salud. Y en ese intento, ahora que estoy enfermo, me hallo.

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