Jueves,
19 de junio de 1980
Hemos pasado la mañana escribiendo a
nuestros amigos de España. Por la tarde fui a supervisar a las brigadistas, y
ver que tal respondieron los campesinos al llamado de ayer. Solo regular. Han
venido algunos, pero deben venir más. Xiomara tiene seis; Socorro, siete;
Ruth, cuatro; y Ricardo, seis por la tarde. En total me parece que debe de
haber treinta y dos, pero debemos recuperar algunos más.
En otro orden de cosas, mientras
supervisaba a Ruth me picó una pulga que me ha puesto bueno el brazo izquierdo.
Al contrario que ayer y anteayer que relativamente hizo buen tiempo, hoy ha
llovido toda la tarde. Paco aun lloviendo ha ido a Santa Marta. Socorro se ha
puesto enferma; y yo, como mandan los cánones, no he hecho hoy absolutamente
nada, sino perder un día, pero ya pasó. Y es grave que me contagie de la abulia
campesina, del cansancio y de la pesadez de la climatología. Ni siquiera he
vuelto a escribir en siete días nada sobre “Vivencias nicas”; en definitiva, que
caemos en un insano conformismo con el devenir de los acontecimientos; en una
insana rutina.
Aunque Socorro se puso enferma antes de
las siete de la noche, hubieron de dar las diez de la noche para que Julia,
Danilo, Xiomara y yo la lleváramos al hospital. Socorro quedó en el hospital y
Julia, Xiomara, Danilo y yo fuimos a dormir a casa de los coordinadores, que ya
estaban en la cama, y Jesús hubo de tirarme la llave por la ventana. Eran cerca
de las doce de la noche.
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