Viernes,
20 de junio de 1980
A veces me pregunto sorprendido si no
tendrán en los hospitales de Nicaragua algún remedio mágico contra las
enfermedades. Nuestras brigadistas, que tantos ayes de dolor y quebraderos de
cabeza nos causan en la hacienda, una vez en el hospital salen sanas en menos
de veinticuatro horas. Bien que lo sabemos por otras similares experiencias. Y
bien que nos lo ratificó hoy Socorro. Cuando bien de mañana fuimos al hospital,
ella ya había salido y nos esperaba en la puerta. Xiomara pasó consulta
después, pues ya hace tres meses que no le viene el periodo; y para algo tan
importante como esa alteración orgánica, le recetaron algo tan simple como una
pomada. No creo que le haga efecto en veinticuatro horas, pero tampoco me extrañaría
que así sucediera. Este debe ser un país de milagros y por ello geográficamente
está lleno de santos.
Aquí en Matagalpa comprobamos que ya
llevamos tres meses de turistas en este país, pues ya habíamos olvidado que
nuestro viaje era de recreo en lugar de trabajo, claro que oficialmente,
porque, a ver entonces, como se comprende el no dormir en hoteles de cinco
estrellas y comer en restaurantes de cinco tenedores, y soportar polvo, sudor y
lágrimas, añadiría yo a estas alturas. Y éramos turistas, porque debíamos de
hacernos cuatro fotos de frente y dos de perfil y llevar el número de pasaporte
para el censo de extranjeros. Porque en definitiva, extranjeros somos. Ana
Rosa, con la que me encontré casualmente en Matagalpa me dio dos cartas de mi
familia, que le habían dado en San Ramón.
Con la camioneta que nos llevara anoche a
Matagalpa quedamos en que nos pasaría a recoger por el hospital a las diez y
media de la mañana. Como sobre las once y cuarto no hubiera llegado; aquí hay
que dar más tiempo de cortesía, ya se sabe; salimos andando por la carretera
adelante con intenciones de empalmar con la de San Ramón. En la misma Matagalpa
nos recogió Edgard, de la comisión de San Ramón y hasta ese pueblo nos llevó.
En la comisión de San Ramón, pedí
material y nos dieron el didáctico, y estuve hablando con José Luis Marín, que
me dio un paquete de periódicos que nos habían enviado de España.
A Santa Celia llegamos sobre las tres y
cuarto de la tarde en una camioneta del INRA que nos cogió en San Ramón,
después de esperar una larga hora en El Naranjo.
Leí los periódicos, escribí a España, y
con Luz Marina, Marta y Julia estuvimos un largo rato cantando canciones de
España; sobre todo el “Pasodoble, te quiero”: Con una guitarra y un par de
palillos…, y sobre las diez de la noche, ya rendido, me dormí enseguida.
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