Domingo,
15 de junio de 1980
Sobre las once, esta mañana hemos ido con
Miguel y doña Lesbia a ver a Marta Graciela a Tipitapa. Allá comimos y
regresamos sobre las tres de la tarde.
Por las conversaciones deduje las contradicciones que hay en la
Cruzada entre las niñas de papá; y está visto, unos quieren y no
pueden y otros pueden y no quieren. Mientras que los hijos de los obreros y de
los barrios más pobres de Managua han de ir a los perdidos e inhóspitos lugares
de las montañas de Matagalpa, Jinotega, Estelí, Nueva Segovia, lejos de la
capital; los hijos de la clase acomodada se quedan en el llano a pocos
kilómetros de la capital y en dignas residencias frente a las chabolas de la
montaña. Y mientras los alejados de su hogar, necesarios para llevar el pan a
su humilde casa, prefieren sacrificarse en aras de la revolución cultural y
popular sandinista, los privados de sus caprichos quieren volver al dulce
hogar, porque la ausencia de su hogar y el trato con el campesinado está reñido
con la alta cuna en que nacieron. Ironías de la vida. Nada hay nuevo bajo el
sol.
De regreso en Managua, mientras estábamos
en casa de Mario llovió torrencialmente durante unos diez minutos, que nos hizo
recordar la última noche en Santa Celia, y de que el invierno ya ha hecho plenamente
acto de presencia en Nicaragua. Lluvia en la montaña y lluvia en el llano.
Cuando clareó aún tuvimos tiempo de ir al Cinema Dos a ver “Hurricane”, una
preciosa película.
Después del cine, Paco se fue con Mario a
comprar pollo, mientras Miguel y doña Lesbia me llevaron a casa de Ángela a
buscar apuntes de la bibliografía pedagógica que traje de España y que
necesitaremos previsiblemente en la montaña. Estuve un buen rato platicando con
la vecina y quedé con María que volvería a buscar los apuntes sobre las diez de
la noche, pues no estaba Manuel que era el que tenía las llaves. Regresamos a
cenar a casa de Mario, y sobre las diez volvimos Paco, Miguel y yo a recoger
los apuntes, atravesando los trece kilómetros que separan ambas casas de
Managua, la de Mario, residencia de Paco, de la de Ángela, residencia mía. Mis
dueños ya estaban en la cama, pero como estaban advertidos, se levantaron y
cogí los apuntes, así como la dirección de Ángela en San Juan de Río Coco. De
regreso nos acostamos también en casa de Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario