viernes, 2 de noviembre de 2012

DIARIO DE UN BRIGADISTA: LA CRUZADA EN TIPITAPA





Domingo, 15 de junio de 1980

Sobre las once, esta mañana hemos ido con Miguel y doña Lesbia a ver a Marta Graciela a Tipitapa. Allá comimos y regresamos sobre las tres de la tarde.
Por las conversaciones deduje las contradicciones que hay en la Cruzada entre las niñas de papá; y está visto, unos quieren y no pueden y otros pueden y no quieren. Mientras que los hijos de los obreros y de los barrios más pobres de Managua han de ir a los perdidos e inhóspitos lugares de las montañas de Matagalpa, Jinotega, Estelí, Nueva Segovia, lejos de la capital; los hijos de la clase acomodada se quedan en el llano a pocos kilómetros de la capital y en dignas residencias frente a las chabolas de la montaña. Y mientras los alejados de su hogar, necesarios para llevar el pan a su humilde casa, prefieren sacrificarse en aras de la revolución cultural y popular sandinista, los privados de sus caprichos quieren volver al dulce hogar, porque la ausencia de su hogar y el trato con el campesinado está reñido con la alta cuna en que nacieron. Ironías de la vida. Nada hay nuevo bajo el sol.
De regreso en Managua, mientras estábamos en casa de Mario llovió torrencialmente durante unos diez minutos, que nos hizo recordar la última noche en Santa Celia, y de que el invierno ya ha hecho plenamente acto de presencia en Nicaragua. Lluvia en la montaña y lluvia en el llano. Cuando clareó aún tuvimos tiempo de ir al Cinema Dos a ver “Hurricane”, una preciosa película.
Después del cine, Paco se fue con Mario a comprar pollo, mientras Miguel y doña Lesbia me llevaron a casa de Ángela a buscar apuntes de la bibliografía pedagógica que traje de España y que necesitaremos previsiblemente en la montaña. Estuve un buen rato platicando con la vecina y quedé con María que volvería a buscar los apuntes sobre las diez de la noche, pues no estaba Manuel que era el que tenía las llaves. Regresamos a cenar a casa de Mario, y sobre las diez volvimos Paco, Miguel y yo a recoger los apuntes, atravesando los trece kilómetros que separan ambas casas de Managua, la de Mario, residencia de Paco, de la de Ángela, residencia mía. Mis dueños ya estaban en la cama, pero como estaban advertidos, se levantaron y cogí los apuntes, así como la dirección de Ángela en San Juan de Río Coco. De regreso nos acostamos también en casa de Miguel.



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