Miércoles,
18 de junio de 1980
Esta mañana he arreglado y ordenado el
cajón que destinamos a material didáctico.
Por la tarde he estado supervisando las
UAS de Santa Celia, excepto la de Ruth, que no ha podido dar clases por falta
de alumnos.
El tira y afloja del mes pasado en orden
a la indisciplina; y los constantes roces con las brigadistas por esta causa,
influyeron en el desarrollo pedagógico; un sector de brigadistas trasladaban su
actitud en las aulas, y el campesino sufría las consecuencias. Porque si no
tenían ya de por si suficiente fuerza de voluntad, el esfuerzo intelectual que
se le incitaba a desarrollar, sin aparente razón de ser positiva, era motivo
para desertar de las aulas. Si por las brigadistas no había estímulo para atraerlos
hacia las aulas, éstas, bien se ve, han llegado literalmente a quedarse vacías.
Esperemos que solo por hoy.
Sobre las seis de la tarde, cuando
regresaron de Santa Marta, hubimos de improvisar un discurso Marta y yo en el
campamento de Santa Celia para concienciar a la gente de que debe de venir a
clase; veremos que tal responde.
Por la noche hubo reunión, que trató de
la investigación militante, de las pruebas iniciales que rogué el lunes, y de
crítica y autocrítica.
Tras la cena estuve hablando con Paco,
Danilo y Marta sobre el vudú, pero sobre las diez me fui a la cama. Paco no sé
a qué hora se acostaría, pues no le sentí acostarse.
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