Todo principió la tarde de un domingo
cualquiera. Por la mañana de aquel 17 de febrero de 1980 había asistido con mi
padre a la venta de un ternero a un tratante, con sus tiras y aflojas, cada
cual en busca de su ganancia, para al final echar el alboroque en el sentido de
partir al medio las cantidades en liza. Como en esta ocasión se pagara a
tocateja, al contado, sin que el comprador se llevase la mercancía, un
tijeretazo, un pequeño corte en el pelo del animal, anunció o selló la compra.
El animal dejaba de pertenecer a los bienes semovientes de nuestra familia,
pero a cambio habíamos adquirido unas cuantas pesetas. Es la ley de la oferta y
la demanda, la ley del mercado trasladada a las materias primas de las
necesidades primarias. En aquel momento estaba ajeno por completo de cómo
habría de desenvolverse el futuro próximo, de cómo buscar una América que
descubrir.
Aquella tarde eché la habitual partida de
chinchón jugando al azar sobre siete cartas para formar tríos y escaleras. No
sé si gané o perdí, tampoco tenía tanta importancia. A media tarde me llegó la
noticia. La posibilidad de conseguir, aunque eventualmente, un puesto de
trabajo, en una época en que aumentaba alarmantemente el número de parados y la
crisis económica bajaba en picado hacia la depresión, era remota, pero no había
que perder las esperanzas. Quince días después, esas esperanzas se hicieron
realidad. Se había conseguido un puesto de trabajo y se podía ingresar unos
dólares en el peculio personal. Eventualmente me había salvado de los dos
fantasmas de la sociedad actual, en este ibérico país.
América, la lejana y soñada América;
América, la mítica, la imposible, sería el punto de destino de una, de momento,
dulce realidad. Solo quedaba coger la maleta, cargar y... partir.
El jueves 28 de febrero de 1980 cogimos
la maleta, la cargamos de equipaje, y tras la despedida de mi familia partimos
hacia Madrid donde debíamos asesorarnos del trabajo a desarrollar, y de firmar
los contratos para percibir las primeras pesetas, que transformamos en dólares; seguimos cargando equipaje en los dos días siguientes, y el día primero de
marzo hacia las ocho de la noche cenamos en Madrid en casa particular, ya las
maletas definitivamente cargadas y prestos a partir.
Tras la cena, por primera vez en mi vida,
entre sorprendido y atemorizado, jugué a la tabla ouija.
Sábado, 1 de marzo de 1980
¿Fue un hecho real o simplemente una
ficción? La copa se movía a través del cartón con el alfabeto, sin ayuda de
ninguna mano que la dirigiera. ¿Sería posible o simplemente una burla? Jugué,
aunque no sé si ciertamente puede ser un juego desafiar al destino. Porque se
trataba sencillamente de eso, de un desafío.
Pienso que es ciertamente peligroso
pretender conocer el futuro a través de los espíritus de los muertos. Y es
precisamente ese riesgo, ese peligro, lo que le hace ser emocionante. De lo que
no hay que hacer caso en forma alguna es de sus respuestas, y ahí sí, ahí se le
puede considerar simplemente como un juego. Un juego peligroso y nada
divertido, un juego en el que se hace precisa una enorme dosis de sangre fría
para saber ganar o perder. Tomado todo con filosofía es un juego sin
fundamento, un matarratos tal como resolver un crucigrama o un puzle; pero,
insisto, peligroso.
Era la primera vez que me ponía ante la
tabla ouija. El espíritu era benigno, -hasta en esto hay que tener suerte-, y
aunque nos auguró una vida llena de dificultades y problemas nos animó a
emprender el viaje a América.
La velada transcurrió sin sorpresas ni
sobresaltos, quizá excesivamente benévola, y aunque no carente de emoción,
tampoco ésta fue excesiva.
Sin embargo, era la primera vez que
jugaba y hasta cierto punto no me lo tomé como un juego; me lo tomé un tanto a
pecho y estaba obsesionado con la idea de conocer mi futuro. Pese al peligro
que suponía, me aventuré, pregunté, y tres horas más tarde ya estaba en el
aeropuerto esperando el avión que me habría de llevar a un nuevo continente.
Creerme y tomarme a pecho las respuestas
del espíritu o considerarlas simplemente como un juego ya solo dependía de mí.
Todo era inofensivo y de momento me lo creí.
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Tabla oui-ja |
HOLA, ISIDRO. ME GUSTA MUCHO COMO ESCRIBES. ESPERO QUE HAYAS CONSEGUIDO ARREGLARLO TODO PARA PODER VERNOS EN VALENCIA. UN ABRAZO. ANTONIO.
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