lunes, 28 de noviembre de 2011

MEMORIAS DE FORO: LA FRAGUA DE ANDRÉS (1)



LA FRAGUA DE ANDRÉS


La fragua de Andrés era el centro neurálgico de mi pueblo. Allí íbamos todos a contar nuestras cuitas, y a enterarnos de las de los demás, además de aguzar y reponer las rejas rotas y desgastadas. Cuando queríamos encontrar a alguien que no estaba en casa, sabíamos que invariablemente aparecía en la fragua de Andrés.
En la fragua de Andrés escuché muchas escenas de la vida cotidiana, retazos de vidas ajenas que después yo fui hilvanando, y que, hasta ahora, no me había atrevido a contar. Ello junto con los retazos de mi propia vida, algunos de los cuales también quedaron en la fragua de Andrés.
Os contaré un recuerdo de mis once años, y algunas de las anécdotas que sucedieron en el año de las lluvias: cuando robé las gallinas en Pedroso, la tormenta se llevó los majuelos de Ronda, y Andrés se quedó unos días sin sus machos de la fragua, con la colaboración de Jesús, el arriero de La Vellés.

***

VERANO DE 1927

Mi padre tenía una yugada de tierras que compró en el 23 cuando la compra del pueblo al duque de Tamames y al conde de Montarco. Porque el pueblo antes del 23 era de los nobles, y después del 23 de los nuevos ricos, pues los pobres sólo pudimos comprar lo que aquéllos nos dejaron después del festín.
Mi padre no era tonto, y aunque pobre, proporcionalmente en los veranos fanegueaba tanto como el que más. Servía a un amo, que a cambio de un jornal le dejaba una pareja de bueyes para hacer sus propias labores. Cuando más la usaba era en el verano para acarrear. En el acarreo le ayudaba yo también a mis once años. El daba los haces y yo cargaba el carro. Pero ese de mis once años fue un mal verano para mi padre. Las noches venían muy claras y a la luz de la luna se divisaban perfectamente las sombras de la noche. Mi padre siempre nos decía que los veranos con mucha luna eran poco fanegueros. Nos salió el trigo a nueve fanegas, pero mi padre en casa siempre se quejaba de que si no hubiera sido por la puta de la luna bien nos hubiera salido a once.
Yo entonces no sabía descifrar el enigma de lo que mi padre quería decir, aunque en los años sucesivos en que las lunas vinieron normales, sin excesiva claridad, comprendí el aserto de mi padre. Nos metíamos a acarrear en tierras que no eran las nuestras y las parvas aumentaban en número, evidentemente no excesivas pero si las suficientes para faneguear un poco más, y con ese exceso imprevisto íbamos matando poco a poco el hambre.
Como heredara esa afición de mi padre con los años iría a parar a la cárcel.




Paisaje con luna llena

Continuará...

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